jueves, 1 de noviembre de 2018

EN LAS SEXTAS MORADAS TERESIANAS (1)...Pruebas y deseos.


Presentación general: Período extático y tensión escatológica, porque el místico vive intensamente las realidades terrestres, pero en vigilante espera del encuentro definitivo con Cristo. Hay un predominio marcado de la vida teologal (fe, esperanza y caridad). El orante siente unos grandes impulsos de amor. Nuevo modo de sentir los pecados pasados, y Cristo presente de una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre compañía del alma. Heridas de amor. Desposorio místico. El alma queda sellada, en prenda especial de pertenencia a Dios en Cristo Jesús. 

Tipos bíblicos: El cristiano de estas sextas moradas evoca una serie de tipos bíblicos, empezando por Jacob y la escala, cuyos últimos peldaños tocan el cielo. También está Moisés y la zarza ardiente, como teofanía de la divinidad. Pablo arrebatado al tercer cielo, y la Samaritana invitada a beber el agua viva. El Hijo Pródigo que entra al banquete de fiesta, y la Magdalena defendida por Jesús, y la Esposa de los Cantares… e incluso una fugaz alusión a la figura trágica de Saúl, que habiendo sido ungido rey, se perdió. 


Estas MORADAS SEXTAS rompen la simetría seguida por su autora en este libro: son las más extensas, 11 capítulos (de los 27 que consta el Castillo), más de un tercio del total de la obra. Vuelve Teresa, como en los dos capítulos anteriores, a sentirse incapaz de decir, a invocar el Espíritu, pero ahora con mucha mayor razón, porque intenta hablar de cosas inefables. Aquí Teresa unifica la tercera y cuarta agua de su tratadillo de oración en VIDA, pero ahora se toma mucho tiempo en su explicación, y van en sintonía también con pasajes autobiográficos de VIDA (Capítulos 16/21 y 23/40) y de RELACIONES 35 y siguientes… Aunque aquí en Moradas aparece de modo más perfecto, mejor codificado, gracias a la madurez espiritual de la autora. 


Estas Sextas Moradas abarcan un período riquísimo de la vida de Teresa, alrededor de los 15 años, en los que ella vivió acontecimientos fundamentales: pugnas con los teólogos de Ávila, la promesa de Cristo de ser su libro vivo, la Transverberación, los incontenibles ímpetus y deseos, visiones y arrobamientos, la redacción de VIDA, y de Camino (en sus dos versiones), la fundación de su primer convento reformado, el encuentro con fray Juan de la Cruz… 

Podemos resumirlas de esta manera: 

1. Ante todo, ingreso en la noche, entrada y travesía de una larga escalada de grandes trabajos y pruebas purificadoras (Capítulo 1). 

2. Tensión de vida teologal: amplio abanico de gracias y fenómenos místicos de todo tipo (Capítulo 2 y siguientes). 

3. Función salvadora de la Humanidad de Cristo, frente al peso de los propios pecados pasados (Capítulo 7). 

4. Preludio de las Moradas Séptimas: verdad y deseos. Dios es la suma verdad, que coloca al alma en régimen de verdad (Capítulo 10), y de unos deseos tan grandes e impetuosos que ponen en peligro la vida (Capítulo 11). 



CAPÍTULO PRIMERO: La noche del espíritu, la realidad purificadora de la noche mística (oscuridad, pruebas, cruz…). Este es el primer dato o factor que caracteriza las Moradas Sextas. Al entrar en ellas se produce la HERIDA definitiva del alma (“Donde el alma ya queda herida del amor del Esposo y procura más lugar para estar sola y quitar todo lo que la pueda estorbar de esta soledad”). Evocaciones de esta imagen: la Esposa de los Cantares, la “regalada llama” de Juan de la Cruz, o la gracia del dardo que atraviesa al corazón de Teresa en Vida. Herida de fuego, saeta que llega a las entrañas, y que luego deja una llaga o herida de la ausencia de Dios (Ver: Vida 29,10; en el 13 narra la Transverberación). Como vemos, la experiencia purificadora tiene varios matices, pero aquí en este capítulo la santa presenta solo uno de ellos, el doloroso, y dejará los otros para los capítulos siguientes. La incandescencia del amor y de los deseos, como un fuego, van a producir un primer efecto arrasador y purificador. Es la gran prueba, inseparable de la experiencia mística profunda, la que Juan de la Cruz describirá como “noche del espíritu”. 

Teresa la escribe así: una prueba dolorosa y total, a que es sometido el místico de forma exhaustiva, desde fuera y desde dentro de sí mismo, en su dinamismo psicológico, obscurecimiento e impotencia interior, en sus relaciones con los demás, total incomprensión y aislamiento, y en su relación con Dios, radical sentimiento e ausencia y desamparo. Comienza por lo exterior (3), recordando cómo fue reprendida por los confesores, se le privó de la comunión, se le tuvo por endemoniada… total privación de los apoyos externos. Pero esto no es más que el umbral de la noche: pueden venir luego las enfermedades gravísimas (6), no solo del cuerpo, y con un componente psicológico (6 y 7): apretaduras del alma… y al final, lo más intenso de la noche, la prueba de la fe: desolación y sequedad en la relación con Dios, fuerte sentimiento de ausencia, recuerdo sofocante de los pecados pasados (8), sequedad en pleno mar de amor (8), oscuridad de la mente y confusión de la fe (9/11). 

Y TODO ESTO, ¿PARA QUÉ?: Recordemos las imágenes bíblicas del AT para hacer referencia a Dios y el modo cómo lo experimentamos: fuego, terremoto, torbellino, huracán… Experiencias terribles de los profetas. Y no es que Dios sea de ese modo, sino que así lo experimenta nuestra frágil condición. Por eso, para recibir las joyas del alma se hace indispensable un lavado profundo del espíritu, desarraigándolo de tanta escoria como normalmente lo aqueja. Tal vez es una descripción muy moral, pero en definitiva, el para qué de la noche tiene que ver con preparar al orante, aquilatar sus ojos para entrar en la luz de un nuevo amanecer. Lo dice Teresa al final de estas Moradas Sextas: “Válgame, Señor, cómo aprietas a tus amadores. Más todo es poco para lo que les das después. Bien es que lo mucho cueste mucho” (M6: 11,6). 



En el CAPÍTULO SEGUNDO llegamos a la región de los deseos. Para llegar a la última morada hay que hacer la travesía de una zona poblada de grandes deseos, deseos que se apoderan de todas las energías del caminante. Deseos de llegar, de ver a Dios. Estos deseos es el mismo Señor el que los despierta o los enciende en el alma. Desde aquí se nos ofrece una síntesis de la jornada que prepara al místico para el desenlace de su drama interior. En estas Sextas Moradas se entra por el crisol de las purificaciones y de la noche (capítulo 1); luego, todo el marco de desarrollo de las mismas se extiende desde los deseos e ímpetus que Dios desata en el castillo (capítulo 2), hasta el paroxismo de los deseos en que culminará toda esta jornada: deseos que hieren, pero no matan, y que son indispensables para entrar en la morada definitiva del castillo (Capítulo 11). Invito a leer con detenimiento los números del 1 al 7 de este capítulo: Teresa habla de la mariposa liberada del capullo de seda, que emprende ahora su más alto vuelo, el de los deseos ardientes; pero no es ella quien los enciende, sino el Esposo/Dios. Son deseos muy profundos, en la raíz, que hacen que el alma se sienta “llamada y herida”; una herida o pena que al mismo tiempo es sabrosa. Evoquemos aquí la historia narrada por Teresa en Vida (29,13), que conocemos litúrgicamente como ‘Transverberación” (También en Relaciones 5,17). Como esta experiencia es inefable (indecible) la Santa recurre a símbolos: saeta, relámpagos, fuego, herida… También Juan de la Cruz describe esta realidad en su poema Llama de amor viva. 

CAPÍTULO TERCERO: El místico ante la presencia de Dios, y como hacer un adecuado discernimiento. Aquí habla Teresa de las hablas o locuciones místicas, ante los que nosotros, hombres y mujeres de un tiempo más escéptico y racional, podemos mostrar cierto recelo. Pero Teresa aquí habla con una claridad meridiana, y nos adentra en una zona de experiencia religiosa profunda, sin dejar de advertir sabiamente que hay personas enfermas que se imaginan todas estas cosas. El Dios de Teresa es un Dios que habla, que se comunica, que no es un Dios para sí solo, y ella relata en sus libros algunas de esas “comunicaciones” que ha recibido. Ejemplos: En Vida 19,9, la primera que recibió;Vida 25,18, “No tengas miedo, que Yo soy…”;Vida 32,11: envío fundacional; Relaciones 25, palabra de alianza (Serás mi esposa desde hoy), etc…Teresa da tres signos o señales de que estas hablas son verdaderas (no del demonio o la imaginación): El poderío y señorío que traen consigo, que es hablando y obrando; la segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico; la tercera es que estas palabras quedan grabadas en la memoria por mucho tiempo. 

En resumen

1. Teresa da por descontado que en espíritu humano pueden resonar palabras de tres tipos: palabras de Dios, palabras de la propia imaginación en desvarío, y palabras del demonio. Es importante por ello discernir entre el trigo y la cizaña. 

2. La palabra de origen divino de por sí no es hermética ni enigmática ni difícil de identificar. Lleva su sello, es inconfundible, viene en majestad, soberanía y poderío. Es obradora y transformadora, y se graba a cincel en el espíritu humano, y produce un efecto de acatamiento y humildad y conciencia de la propia pequeñez creatural ante la cercanía y magnitud de lo divino. 

3. Resalta la subordinación eclesial del carismático: si creo que esa palabra escuchada conlleva una obra o acto público, debo confrontarla con terceras personas, un confesor o guía letrado, siervo de Dios, y hacer caso de lo que este diga.

 (Continúa...)


lunes, 29 de octubre de 2018

EN LAS QUINTAS MORADAS TERESIANAS (1)...Unión y metamorfosis

Las Moradas Quintas son las moradas de la UNIÓN, y este vocablo trae siempre, para el místico, evocaciones y está transido de misterio. Por eso Teresa comienza a escribir aquí compartiendo con sus lectores la tentación de no seguir escribiendo, no sabe qué o cómo decir, y luego se encomienda al Espíritu para hacerlo bien, reafirmando en el # 2 la vocación mística del Carmelo. Todas (todos) estamos llamados a la unión

¿Qué decimos cuando hablamos de UNIÓN? Debemos partir de lo que Teresa dijo al comenzar este itinerario: Dios está siempre presente, vive en nosotros, no se va ni siquiera cuando vivimos en pecado. Dios es omnipresente. ¿Entonces? Es que Dios está aquí, dentro y fuera de nosotros, pero no lo percibimos de esa manera, porque hay siempre un velo entre Dios y nosotros. No lo percibimos como se percibe una cosa, o un amigo, ni siquiera con la fe. Esa barrera, ese velo, solo se desmonta por su gracia, por su amor. Recordemos el pasaje de Vida, citado en la Morada anterior: llega de repente, se nos da, es pura gratuidad. En un momento de este camino Dios puede introducir al creyente en la experiencia de su presencia sin velo, dando paso a un chorro de luz, que poco a poco va convirtiéndose en experiencia estable. Experimentamos que realmente en el vivimos, nos movemos y existimos. 

Teresa nos va a explicar que aquí puede haber un más y un menos de esta UNIÓN, y empezará a hablarnos del más, para luego en el capítulo tercero hablarnos del menos. En los #s 3 y 4, texto de neto corte místico, explica de qué va esto, y entre otras cosas afirma luego: “(Dios) no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta”. Y también: “¿Qué no dará quien es tan amigo de dar y puede dar todo lo que quiere?” Aquí Dios está “junto y unido con la esencia del alma” que el demonio no puede entrar ni hacer ningún daño (5). 

Ideas a resaltar aquí: La entrega total de sí a Dios (ese extraño anhelo de los místicos por salir de sí mismos, para perderse en Dios); un desplazamiento de todas las funciones y del dinamismo del espíritu (el sentir, entender, amar, vivir); y una especie de muerte sabrosa y deleitosa (por encima de toda experiencia terrenal). Es en ese torbellino de entrega, muerte y gozo donde Dios se hace presente. 

También en este primer capítulo Teresa habla de algunos teólogos a los que tuvo que someter sus muchas experiencias, y que no supieron orientarle bien (#s7 y 8), y afirma: “Quien no creyere que puede Dios mucho más y que ha tenido por bien y tiene muchas veces comunicarlo a sus criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso, hermanas, nunca les acaezca, sino creed de Dios más y mucho más, y no pongan los ojos en si son ruines o buenos a quien las hace, que su Majestad lo sabe”. 

En RELACIONES (CC) 29, ella da cuenta de lo que entiende por UNIÓN, y también explica aquí en el # 9, que “esta alma que la ha hecho Dios boba del todo para imprimir mejor en ella la verdadera sabiduría; que ni ve ni oye ni entiende en el tiempo que está así, que siempre es breve, y aun harto más breve le parece a ella de lo que debe de ser… y cuando torna a sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella”. Utiliza la palabra CERTIDUMBRE tres veces para hablar de la impresión que le queda después de esa experiencia, y no hace falta buscar explicaciones: “Basta ver que es Todopoderoso el que lo hace, y si no somos parte por diligencia que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo”. 

Teresa acude a los símbolos o comparaciones, tratando de abrir espacios interiores en sus lectoras para ser mejor comprendida. Lo hará principalmente a partir del capítulo segundo de estas Moradas, pero ya en este adelanta algunos, que mencionamos: el sello y la cera (9), la bodega de vino (12), y el cenáculo y el don de la paz (12). 


PASAMOS AHORA AL CAPÍTULO SEGUNDO: La palabra clave aquí es METAMORFOSIS o transformación, que es el anhelo del místico, y cuyo proceso Teresa experimenta en su propia vida. Tres momentos: 

1. Unión del hombre con Dios, que se alcanza como parte del crecimiento del cristiano y de su vida en Cristo. 

2. Que pasa a través de la muerte: muerte radical a la anterior forma de vida, arraigada en lo terreno, limitada por el lastre del mal y el pecado. 

3. Para renacer a otra manera de vivir, con horizonte nuevo, con psicología nueva, con nueva apertura a lo trascendente, y apetencia de más vida en un estado superior que la unión presagia. 

Así, UNIÓN, MUERTE MÍSTICA Y VIDA NUEVA son los tres eslabones de esa cadena. De la primera ya nos habló Teresa en el capítulo anterior, y en este hablará de las otras dos. 

Para ello utilizará la historia del GUSANO DE SEDA, elevada al rango de símbolo; transformación biológica para entender la transformación mística. Proceso que se da en varios pasos: 

1. Cómo nace el gusano casi de la nada. 

2. Cómo el gusano, ya crecido, grande y feo, empieza a tejer su propio cobijo. 

3. Cómo el gusano, convertido en crisálida, muere dentro del capullo para dar paso a una vida nueva (Dice Teresa en #4, que esta casa en la que va a morir el gusano es Cristo, porque nuestra vida está escondida en él). 

4. Cómo el capullo se rompe, y sale de él una mariposa, que no se arrastra, sino que vuela. 

LAS LECCIONES DEL SÍMBOLO DEL GUSANO DE SEDA

1. Nosotros solo podemos hacer los preparativos, es decir, tejer el capullo como el gusano, quitando y poniendo, despojándonos de la carga de egoísmo, soberbia, apego a lo desordenado, y poniendo nuestra voluntad en las manos de Dios. 

2. Teresa rechaza todo atisbo de prometeísmo humano: al hombre se le reserva el protagonismo de la preparación, pero es Dios quien protagoniza el don de sí mismo, por amor. Y esto está claramente reflejado en el símbolo de Teresa: solo cuando el gusano muere, se le concede el milagro de renacer mariposa. 

3. La muerte mística del hombre es su mayor triunfo, incluso psicológico, sobre la muerte misma. No es un elemento negativo, y por eso Teresa lo celebra: es morir para nacer de nuevo. 

4. Y aquí presenta entonces la fisonomía del hombre renacido, la típica psicología del místico; la vida nueva, que tiene como gran paradigma al propio Cristo. 

Teresa aquí se describe a sí misma de este modo: mujer de deseos, acosada por la necesidad de obrar y servir, con mirada abierta sobre el inmenso paisaje de la humanidad y del drama humano, capaz de gozar y penar a la vez, siempre en espera de más… 


OTROS SÍMBOLOS COMPLEMENTARIOS: la imagen de la abeja y la miel; la del sello y la cera; evocación primera del Cantar de los cantares, con la imagen de la interior bodega.

domingo, 28 de octubre de 2018

EN LAS CUARTAS MORADAS TERESIANAS (2): Recogimiento y Quietud

En el SEGUNDO capítulo de las Cuartas Moradas, Teresa, sin abandonar el símbolo del Castillo, ahora introduce otro: el agua, las dos fuentes. Aquí hacemos tres preguntas a Teresa: 

1. Qué tipo de oración es el que caracteriza al habitante de las cuartas moradas? 

2. Cómo influye (o cómo se desborda) esa oración sobre la vida del orante? 

3. Cuál es la iniciativa de Dios, y de su gracia, en la oración y en la vida del orante? 

ACTUALIZAMOS: Para Teresa, oración no es práctica, sino vida; oración refiere a nuestra relación con Dios. La vida es todo el arco de relaciones del hombre con Dios, con los otros, consigo mismo, con la creación, con el camino. Gracia es la iniciativa y los dones de Dios en la vida y la oración del hombre

Lo que Teresa llamaba en VIDA, oración de quietud, lo llama aquí “gustos de Dios” (Gozo de Dios). Ha pasado tiempo desde entonces, Teresa ha madurado, y ahora entiende mejor la experiencia vivida, y por eso cambia su modo de presentarla, se aclara y nos aclara mejor. La “oración de quietud” correspondía a la Segunda agua con que se regaba el huerto del alma, pero era la primera forma de oración mística, es decir cuando Dios empieza a tomar la iniciativa. Esa primera oración mística tenía su órgano de expresión en la VOLUNTAD, que es el corazón del espíritu, corazón de toda la vida del hombre. (Como una centellica de fuego, dice Teresa, que se dispone a incendiar toda la actividad humana). Y la llamaba ella “oración de quietud” porque contrastaba con el bullicio y la complejidad psicológica de la oración discursiva de la primera agua. 

Ahora, en Cuartas Moradas, el paisaje es el mismo, y el ingreso en la vida mística se hace igualmente convocando a la voluntad humana al misterio del amor de Dios. Pero introduciendo Teresa aquí un matiz nuevo, que se refleja en la distinción: “gustos/gozos”, en la que es toda la persona la que queda sensibilizada gozosamente a la presencia de Dios, bajo la acción de su gracia, y así ella refiere menos a la “voluntad”, y habla más de el hondón de la persona, el centro del alma, donde habita Dios. Y de ese hondón misterioso brotará la fuente que inunde la voluntad y alcance todas las capas y pliegues del ser humano, hasta llegar al mismo cuerpo con sus sentidos y actividades. 

Y es aquí entonces donde aparece el símbolo de las dos fuentes, del agua, que tanto gusta a Teresa cuando escribe. Aquí ella desdobla la imagen en DOS FUENTES: una simboliza la vida del alma en cuanto vinculada al esfuerzo humano, y la otra esa misma vida en su origen divino. La primera corresponde a la vida ascética y a la oración meditativa de las tres primeras moradas, y la otra a la vida mística y a la oración infusa de las moradas cuarta, y siguientes. 

La fuente primera, la que simboliza el esfuerzo del hombre por alimentar la vida del castillo, está situada fuera, extrae el agua de manantiales precarios y lejanos, y la conduce por caminos en las que no se libra de derrames, de polvo y de fango (arcaduces). La otra fuente, la que tiene su origen en el Señor del castillo, está situada dentro, en lo más hondo del castillo mismo. La acción de Dios para dar vida al hombre no es algo externo o extraño al hombre, sino que tiene la fuente manantial en la misma entraña del espíritu humano. Precisamente porque lo más hondo del hombre (la última morada del castillo) es una especie de APERTURA RADICAL A DIOS Y A LO DIVINO" (2, 2/4). 

Teresa dice que la acción de Dios es creadora, rehace al ser humano: no lo oprime ni lo angosta, sino que lo dilata y ensancha, y esa agua que brota del interior es agua y fuego a la vez, que no solamente empapa, sino que quema como un brasero, y perfuma. Agua y fuego simbolizan también la nueva forma de oración (ternura y ardor de la voluntad.) Es la voluntad la que por momentos se une a Dios, pero la santa PREVIENE acerca de la posibilidad del orante de conseguir esta experiencia por sí mismo, ya sea a base de esfuerzos, virtudes o técnicas. Creer que puede por sí mismo hacer brotar el agua de la fuente interior. Pero aquí no hay técnicas que valgan, no hay correlatividad entre la iniciativa humana y la absoluta gratuidad del don amoroso de Dios (2,9). El orante puede disponer su espíritu para recibir el don, que en Teresa implica mucha humildad (conocimiento propio, andar en verdad). 

EN RESUMEN, y como síntesis de todo lo anterior: 

1. El ingreso en las Cuartas Moradas, y consiguientemente en la experiencia mística, no está marcado por un cambio de conducta ética por parte del hombre. Es obra del obrar enteramente gratuito de Dios. 

2. Pero, en la estructura misma del hombre, hay unas capas profundas que ahora despiertan misteriosamente bajo la iniciativa de Dios, y así el amor y la voluntad juegan un papel decisivo en la progresiva relación Dios/hombre. 

3. Así, el hombre empieza a amar de forma absolutamente nueva, precisamente experimentando el amor que Dios derrama en él. 



TERCER CAPÍTULO: En este tercer capítulo podemos perdernos un poco si no estamos advertidos; porque Teresa empieza a explicar la llamada ORACIÓN DE RECOGIMIENTO, que es previa a la ORACIÓN DE QUIETUD, pero que en medio de los trajines y preocupaciones en que escribe el libro se le ha pasado. La oración de recogimiento es la primera oración sobrenatural o mística, y de ella viene luego una quietud interior muy regalada (lo explica así en Relación 5, 3/5). 

A estas Cuartas Moradas se entra con el RECOGIMIENTO que unifica, ordena y pacifica las potencias en su centro y soporte, que es lo interior del alma, pero luego, al término de esta primera jornada mística los efectos son tales que al orante le ha ido cambiando la vida, y viene la ORACIÓN DE QUIETUD. No voy a detenerme mucho en la explicación detallada de ambos estados de oración, porque ya están resumidos en otra parte, y porque me gustaría tratarlos aparte en otro momento, por lo que paso a explicar lo que la santa presenta como el resultado vital de esta oración mística con la que se vive en estas moradas. 

Es convicción de Teresa que la oración plasma la vida, y el paso por estas Cuartas Moradas cambia la fisonomía del orante. La amistad tiende a igualar, y el orante se va configurando con Cristo en la misma medida en que asciende en el camino místico (dime con quién andas, y te diré quién eres). Los efectos de la oración, su veracidad, se conocen por los frutos en la vida del orante, y así Teresa, a partir de estas Moradas, irá confrontando siempre grado de oración con los efectos y cambios en el orante (Morada/grado de oración/efectos en la vida del orante). Hablamos de su conducta fraterna, sus coordenadas psicológicas, su dimensión teologal y cristológica, el primado de Dios en su vida y en su acción. 

Siguiendo a Teresa, seamos un poco más concretos. Ella apunta dos componentes que caracterizan esta nueva forma de orar: CAMBIO EN EL MODO DE PENSAR (recogimiento de la mente) y CAMBIO EN EL MODO DE AMAR (quietud de la voluntad). En lo primero, se frena ese modo racionalista, discursivo, inquieto, de pensarlo todo y juzgar de todo, y se pasa a una manera más pausada y quieta de detenerse ante el misterio, para pensar menos y contemplar más. En lo segundo, se fija la voluntad en el acto de amar, se alimenta el amor, que pasa a ser decisivo en la psique del orante (El amor es mi peso, él me lleva a donde voy, dirá Agustín).  

En el #9 de este tercer capítulo aparecen los efectos que en el alma tiene este grado de oración, de quietud o gustos de Dios, ya sean en el plano psicológico, en el plano ético, y en el plano teologal y cristológico. Cito algunos: ensanchamiento del alma, es más señora de sí misma; cosecha de virtudes: gran confianza, fe más viva, deseo de hacer más cosas por Dios, nueva escala de valores; voluntad de abrazar la cruz y de recibir la cruz y de recibir lo que Dios diere. En general: se unifica la vida progresivamente hasta que “Marta y María anden juntas”. 

Entre las imágenes que Teresa utiliza adquiere aquí relevancia la del Recién Nacido, que introdujo por primera vez en Vida 15,12, y luego reaparece en Camino 31, 9/10., pasando por Conceptos del Amor de Dios (4, 4/5) hasta llegar a Moradas Cuartas 3,10. Para Teresa el contemplativo aquí es un renacido, que estrena vida nueva, pero la comienza como un niño pequeño, de vida frágil, que depende totalmente de su madre. Está llamado a crecer, pero con el riesgo de la atrofia y la involución (Vida 15,12). Si leemos todos estos estos pasajes antes citados descubriremos una imagen preciosa de la acción de Dios en el contemplativo que inicia el camino místico, centrados en la PURA GRATUIDAD y en el ENSANCHAMIENTO DEL ALMA. Dirá Teresa en Vida: “Aun yo, con ser la que soy, parezco otra”. Y esto vale como principio para todo cristiano:“No solo el recién nacido en Cristo por el bautismo, sino el adulto en Cristo vive recibiendo la vida por venas y conductos secretos. Acogerla y recibirla, es su mayor aportación a este proceso vital. No, no se lo dispensa de hacer, servir, trabajar y crecer, pero en cualquier etapa del proceso es y vive más por lo que recibe que por lo que hace”.

jueves, 25 de octubre de 2018

INFORMACIÓN PARA QUIENES SIGUEN EL DIPLOMADO DE MORADAS...


Quiero llamar su atención en relación con las entradas que van apareciendo en el blog, con los textos que utilizamos para los encuentros. En ellos está el tema desglosado, de modo que podamos tener una síntesis práctica del contenido del libro. Pero en el blog también aparecen resúmenes más extractados  de cada Morada, publicados en 2013, y que pueden localizarlos mediante el buscador que aparece en la cabecera del blog, y que también incluyen cuadros y esquemas de apoyo. Les comparto los tres primeros link...

https://castillointeriorteresiano.blogspot.com/2013/10/primeras-moradas-de-santa-teresa.html

https://castillointeriorteresiano.blogspot.com/2013/10/segundas-moradas.html

https://castillointeriorteresiano.blogspot.com/2013/10/terceras-moradas.html

EN LAS CUARTAS MORADAS TERESIANAS (1): Alborada mística...


Comenzamos recordando una experiencia que tuvo Teresa, y que narra en Vida 10,1: ella cuenta en el capítulo anterior su experiencia ante una imagen de Cristo muy llagado, y el modo en que comenzó a hacer su oración meditativa, representándose a Cristo dentro de ella, y alimentó sus devociones a los santos, oraba antes de dormir, leyó las Confesiones de San Agustín, etc; todo esto la fue preparando, disponiendo, para lo que cuenta en el texto citado anteriormente (Vida 10,1).

Que estando en oración, representándose a Cristo junto a ella, o leyendo, “venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él”. 

Teresa describe un poco mejor la experiencia: no era a manera de visión, suspende el alma de manera que toda parecía estar fuera de sí; el entendimiento no discurre, más no se pierde; más no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende

Aun sin entenderlo del todo, Teresa comprende que esa experiencia le cambiaba el rumbo a su vida interior, que a su oración le nacían alas, que en su nueva experiencia orante intervenía alguien que hasta ese momento parecía silencioso, y la introducía, gozosamente, en algo así como un espacio nuevo, el espacio simbólico de la presencia de Dios. Como una especie de tierra santa interior. Este es el ámbito de las Cuartas Moradas del Castillo, y en Vida el segundo modo de regar el huerto, y Teresa al compartirnos su experiencia, lo hace con temor y temblor, invocando el Espíritu, sabedora que a quien la lee, si vive a fondo su vida cristiana y es fiel a la oración, puede acaecerle lo mismo (IMPORTANTE: al cambiar nuestra comprensión de Dios, cambia también el modo en que nos percibimos a nosotros mismos). 

Vale aquí recordar que para Teresa la oración no es una práctica, sino un modo de vida, una dimensión de la vida cristiana, e implican, además del quehacer y la conducta del orante, el nivel de su relación con Dios. La oración es siempre cosa de dos, entre muchos (los hermanos que acompañan nuestro caminar en la fe). IMPORTANTE: En nuestra “oración “personal están los hermanos con nosotros, seguimos siendo Iglesia, cuerpo de Cristo

En las Terceras Moradas terminaba el proceso ascético, y en las Quintas Moradas comienzan los estados místicos; las Cuartas Moradas, ya dijimos, son como un momento de transición, de cambio de dirección y protagonista. Poco a poco el orante va cambiando su modo de oración y vida, hasta dejarse ganar del todo por el misterio de la presencia de Dios dentro del Castillo. 

A MODO DE RESUMEN DEL CAMINO RECORRIDO: La Santa presenta así el proceso que la ha llevado hasta estas Cuartas Moradas: superando ciertas limitaciones en el modo que tenemos de hablar con Dios, pasando de la sordomudez (primeras moradas) al tartamudeo (segundas) Luego se normaliza la oración meditación, tras un período de sequedades y pruebas inesperadas, manteniendo la “determinada determinación” de no abandonar la oración. Ahora dice: siga meditando, discurriendo con el entendimiento, pero dedique ratos a la alabanza, a recrearse en la bondad de Dios, en su amor infinito, en darle gloria, que esto despierta mucho la voluntad. PERO ADVIERTE: ponga atención a que si el Señor le diera otra cosa (“estotro”), sígalo y no lo posponga para acabar la meditación. 

¿A qué se refiere aquí Teresa? Al paso de la meditación a la contemplación, que ella describe en el texto de Vida 10,1, y que encuentra su sentido básico en la catequesis paulina acerca de la oración: La oración cristiana, en su esencia, no es pura tarea del orante. El orante solo no sabría qué decir o qué pedir. Es el Espíritu el que sigilosamente lo impulsa y en definitiva pone en su alma y en sus labios la palabra Abba/Padre. Pues es ese latido germinal de toda oración cristiana el que en este momento de las Cuartas Moradas se desata y preside los sentimientos, pensamientos, y rumbo del orante. Es el paso de la meditación a la CONTEMPLACIÓN, pero todavía en ciernes, porque realmente se desplegará entre las Quintas y las Séptimas Moradas. 

Teresa describe este momento, vital y oracional, con las palabras del almo 118: “Cum dilatasti cor meum” (Cuando Tú me ensanchaste el corazón). La imagen del corazón, símbolo de la interioridad en la Biblia y la tradición espiritual cristiana, se enlaza con la imagen del Castillo teresiano; ella nos invita a “poner los ojos en el centro”, y cuando el corazón se ensancha, llega más allá y toca ese centro que es morada secreta de Dios en el hombre (M4, 2 y 5). Y así invita entonces a pasar de la tarea de pensar a la tarea de amar (ver #7), e invita a la libertad del orante en su ejercicio de amistad con Dios: Lo que más les despierte a amar, eso hagan. Y luego aclara lo que es amar: “No está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar cuanto pudiera no ofenderle y rogarle que vaya siempre delante la gloria de su hijo y el aumento de la Iglesia Católica”. 

CUANDO NOS DISTRAEMOS EN LA ORACIÓN: A continuación hablará Teresa de “la loca de la casa”, es decir, las rémoras y dificultades que tiene normalmente la persona al entablar y prolongar su trato con Dios. Dificultades que provienen de nuestro desorden interior: fuerzas que no obedecen a la razón ni al amor. Hablamos del pensamiento/imaginación, que Teresa describe de muchos modos, pero nunca ese que se ha atribuido: la loca de la casa (es demasiado negativa, y Teresa no la usa nunca). El remedio: “No haga caso de ella, de la imaginación, más que de un loco, sino dejarla con su tema”. Llegará un momento en que eso desaparecerá, pero aquí todavía tenemos que luchar con eso, nos mantiene alertas, sin derivar la oración en una pasividad no sana. Teresa dice: “Solo Dios puede atarle”, y que no hagamos caso de ellas, ni perdamos la paz y el deseo de seguir por este camino. 

Teresa utiliza términos que no siempre entendemos con claridad qué significan: natural/sobrenatural, contentos/gustos (1, 4: leer), meditación/contemplación, embebecimiento (este es negativo). Teresa además localiza al alma humana en lo más alto de la cabeza (1,11).

(Continúa...).

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...