Comenzamos recordando una experiencia que tuvo Teresa, y que narra en Vida 10,1: ella cuenta en el capítulo anterior su experiencia ante una imagen de Cristo muy llagado, y el modo en que comenzó a hacer su oración meditativa, representándose a Cristo dentro de ella, y alimentó sus devociones a los santos, oraba antes de dormir, leyó las Confesiones de San Agustín, etc; todo esto la fue preparando, disponiendo, para lo que cuenta en el texto citado anteriormente (Vida 10,1).
”Que estando en oración, representándose a Cristo junto a ella, o leyendo, “venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él”.
Teresa describe un poco mejor la experiencia: no era a manera de visión, suspende el alma de manera que toda parecía estar fuera de sí; el entendimiento no discurre, más no se pierde; más no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende.
Aun sin entenderlo del todo, Teresa comprende que esa experiencia le cambiaba el rumbo a su vida interior, que a su oración le nacían alas, que en su nueva experiencia orante intervenía alguien que hasta ese momento parecía silencioso, y la introducía, gozosamente, en algo así como un espacio nuevo, el espacio simbólico de la presencia de Dios. Como una especie de tierra santa interior. Este es el ámbito de las Cuartas Moradas del Castillo, y en Vida el segundo modo de regar el huerto, y Teresa al compartirnos su experiencia, lo hace con temor y temblor, invocando el Espíritu, sabedora que a quien la lee, si vive a fondo su vida cristiana y es fiel a la oración, puede acaecerle lo mismo (IMPORTANTE: al cambiar nuestra comprensión de Dios, cambia también el modo en que nos percibimos a nosotros mismos).
Vale aquí recordar que para Teresa la oración no es una práctica, sino un modo de vida, una dimensión de la vida cristiana, e implican, además del quehacer y la conducta del orante, el nivel de su relación con Dios. La oración es siempre cosa de dos, entre muchos (los hermanos que acompañan nuestro caminar en la fe). IMPORTANTE: En nuestra “oración “personal están los hermanos con nosotros, seguimos siendo Iglesia, cuerpo de Cristo.
En las Terceras Moradas terminaba el proceso ascético, y en las Quintas Moradas comienzan los estados místicos; las Cuartas Moradas, ya dijimos, son como un momento de transición, de cambio de dirección y protagonista. Poco a poco el orante va cambiando su modo de oración y vida, hasta dejarse ganar del todo por el misterio de la presencia de Dios dentro del Castillo.
A MODO DE RESUMEN DEL CAMINO RECORRIDO: La Santa presenta así el proceso que la ha llevado hasta estas Cuartas Moradas: superando ciertas limitaciones en el modo que tenemos de hablar con Dios, pasando de la sordomudez (primeras moradas) al tartamudeo (segundas) Luego se normaliza la oración meditación, tras un período de sequedades y pruebas inesperadas, manteniendo la “determinada determinación” de no abandonar la oración. Ahora dice: siga meditando, discurriendo con el entendimiento, pero dedique ratos a la alabanza, a recrearse en la bondad de Dios, en su amor infinito, en darle gloria, que esto despierta mucho la voluntad. PERO ADVIERTE: ponga atención a que si el Señor le diera otra cosa (“estotro”), sígalo y no lo posponga para acabar la meditación.
¿A qué se refiere aquí Teresa? Al paso de la meditación a la contemplación, que ella describe en el texto de Vida 10,1, y que encuentra su sentido básico en la catequesis paulina acerca de la oración: La oración cristiana, en su esencia, no es pura tarea del orante. El orante solo no sabría qué decir o qué pedir. Es el Espíritu el que sigilosamente lo impulsa y en definitiva pone en su alma y en sus labios la palabra Abba/Padre. Pues es ese latido germinal de toda oración cristiana el que en este momento de las Cuartas Moradas se desata y preside los sentimientos, pensamientos, y rumbo del orante. Es el paso de la meditación a la CONTEMPLACIÓN, pero todavía en ciernes, porque realmente se desplegará entre las Quintas y las Séptimas Moradas.
Teresa describe este momento, vital y oracional, con las palabras del almo 118: “Cum dilatasti cor meum” (Cuando Tú me ensanchaste el corazón). La imagen del corazón, símbolo de la interioridad en la Biblia y la tradición espiritual cristiana, se enlaza con la imagen del Castillo teresiano; ella nos invita a “poner los ojos en el centro”, y cuando el corazón se ensancha, llega más allá y toca ese centro que es morada secreta de Dios en el hombre (M4, 2 y 5). Y así invita entonces a pasar de la tarea de pensar a la tarea de amar (ver #7), e invita a la libertad del orante en su ejercicio de amistad con Dios: Lo que más les despierte a amar, eso hagan. Y luego aclara lo que es amar: “No está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar cuanto pudiera no ofenderle y rogarle que vaya siempre delante la gloria de su hijo y el aumento de la Iglesia Católica”.
CUANDO NOS DISTRAEMOS EN LA ORACIÓN: A continuación hablará Teresa de “la loca de la casa”, es decir, las rémoras y dificultades que tiene normalmente la persona al entablar y prolongar su trato con Dios. Dificultades que provienen de nuestro desorden interior: fuerzas que no obedecen a la razón ni al amor. Hablamos del pensamiento/imaginación, que Teresa describe de muchos modos, pero nunca ese que se ha atribuido: la loca de la casa (es demasiado negativa, y Teresa no la usa nunca). El remedio: “No haga caso de ella, de la imaginación, más que de un loco, sino dejarla con su tema”. Llegará un momento en que eso desaparecerá, pero aquí todavía tenemos que luchar con eso, nos mantiene alertas, sin derivar la oración en una pasividad no sana. Teresa dice: “Solo Dios puede atarle”, y que no hagamos caso de ellas, ni perdamos la paz y el deseo de seguir por este camino.
Teresa utiliza términos que no siempre entendemos con claridad qué significan: natural/sobrenatural, contentos/gustos (1, 4: leer), meditación/contemplación, embebecimiento (este es negativo). Teresa además localiza al alma humana en lo más alto de la cabeza (1,11).