“¡Oh Señor mío, cómo eres tú el amigo verdadero! ¡Y, si te quieren como poderoso, cuando quieres, puedes y nunca dejas de querer! ¡Qué te alaben todas las cosas, Señor del mundo! ¡Quién pudiera gritar por Ti para decir cuan fiel eres con tus amigos! Todas las cosas faltan. Tú, Señor de todas ellas, nunca. Poco es lo que dejas padecer a quien te ama. ¡Señor mío, qué delicada y pulida y sabrosamente lo sabes tratar! ¡Quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Ti! Parece, Señor, que pruebas con rigor a quien te ama, para que en el extremo de la prueba se entienda el mayor extremo de tu amor. ¡Oh, Dios mío, quien tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer tus obras como lo entiende mi alma! Que me falte todo, Señor mío; que si Tú no me desamparas, no te faltaré yo a Tí Que se levanten contra mí todos los letrados; que me persigan todas las cosas creadas y me atormenten los demonios, pero no me faltes Tú, Señor, que ya tengo experiencia de la ganancia con que sacas a quien sólo en Ti confía”.
Santa Teresa de Jesús
Vida 25, 17