Teresa
no entiende la vida cristiana como un idilio sino como tarea batalladora, y
aquel que se adentra en él ha de saber que viene a pelear, no con espada, sino
con la vida y los recursos que recibe de Dios para esta batalla. El símbolo del Castillo es polifacético:
símbolo de interioridad, de la lucha para alcanzar realizarse plenamente según
el proyecto de Dios, y de la llamada e todo ser humano a la trascendencia, a la
plenitud. Estos tres planos: interioridad, lucha y comunión con Dios, se
sobreponen y desarrollan al mismo tiempo.
En la Primera Morada, Teresa convoca a la
interioridad, al conocerse uno mismo, pero para adentrarse en el Castillo esto
no basta: hay que entrar, y para mantenerse dentro hay que luchar. Ella habla
de “gran guerra”, que tiene lugar ahora, en esta etapa concreta, pero que
seguirá también hasta el final, porque nunca podemos dejar el combate de la fe.
Aquí en estas moradas Teresa nos ofrece su versión de la ascética cristiana,
antes de introducirnos en la mística de la gracia y la mayor experiencia de
Dios.
En este Segunda Morada, como en la primera y
en la Tercera luego, Teresa ofrece al principiante un tipo bíblico con el que
pueda identificarse: los soldados de Gedeón (#6). En este párrafo Teresa
resalta lo siguiente: no dejarse vencer,
tener gran determinación, batallar, antes perder la vida y el descanso y todo,
determinarse a pelear con todos los demonios, no tornar atrás, sea varón, no
hay mejores armas que la cruz… Imaginería y léxico batallero, que reflejan
el tono de esta morada. Teresa recibe este sentido del camino cristiano como
lucha de San Pablo, y también de la Regla carmelitana, escrita en tiempos de
cruzadas: línea paulina de militancia espiritual y de cruzada, como
interpretación básica de la vida cristiana. No es camino para cobardes,
comodones, perezosos y blandengues, ni para quienes buscan un idilio intimista.
Para Teresa, el pecado no es un hecho puntual,
una batalla perdida pero superada definitivamente con el perdón y el regreso al
castillo, sino la dinámica del mal introducida en la vida humana, y tiene la
siniestra capacidad de desencadenar unas fuerzas de desorden, difíciles de
desalojar de las moradas del castillo. Por eso, el inicio positivo y exultante
de la dignidad y hermosura humanas de las Primeras Moradas, no las prolonga
Teresa, con una estampa ingenua y angelical de la vida. El hombre es a la vez
dos cosas: hermosura y dignidad en su ser (el castillo), y luz y sobra,
grandeza y miseria, en su historia (la vida en el castillo). DE ahí la lucha,
el combate cotidiano, la llamada a no dormirse.
En el simbolismo del Castillo, el foso que lo
rodea está poblado de sabandijas y víboras ponzoñosas: son las fuerzas de
desorden introducidas en el castillo por el pecado, y si no se les combate,
avanzan moradas adentro… Hoy podríamos hablar de las dependencias psicológicas
derivadas del alcohol, la droga, el sexo, el abuso de poder, la violencia, las
historias familiares complicadas, o lo que debemos al entorno, al consumismo
dominante, etc. Todo eso funciona como lastre que limita la libertad, amordaza
a la persona, y no le deja ser ella misma.
Teresa habla de tres frentes de combate: el interior, el exterior y el trascendente.
En el primero, se trata de enfrentar el desorden dentro de uno mismo,
porque empezamos a sentir extraños en nuestra propia casa; el segundo,
porque sufre el tirón de las cosas y personas que le han subyugado, y le siguen
reclamando; tercero, la lucha con los demonios, porque Teresa cree, como
Pablo, que en el combate cristiano intervienen fuerzas misteriosas que lo
desbordan.
¿Cuál
es el por qué de esta lucha? Combatir no es la última razón de estas moradas
segundas: se lucha para recuperar el equilibrio interior, se lucha por la paz,
por alcanzar una mayor perfección. Se lucha por el Señor supremo del castillo,
para hacerlo digno de él y entregárselo (#9, 8). Ya en CAMINO había escrito: “Pues si llenamos el palacio de gente baja y
de baratijas, ¿Cómo ha de caber el Señor en él?” (28,12).
Teresa habla poco de estas Moradas porque ya
ha hablado sobre el tema ascético en otros libros, sobre todo en VIDA. De este
libro son los siguientes consejos para esta etapa del camino:
1. Viva
con alegría y muévase con libertad (13,1).
2. Ponga
su confianza en Dios y no “apoque los deseos”, que Dios es amigo de gente
animosa (13,2).
3. Que
haga suyos estos lemas: “Todo se puede en Dios” (San Pablo); “Dame, Señor, lo que mandas y manda lo que
quisieras” (Agustín); “Deseos siempre los tuve grandes” (Teresa)… (13,4).
4. Que
apunte alto, porque importa mucho en los comienzos no ponerse límites (13,7).
5. Humildad,
mucha humildad, para cimentarse en ella, y amar la verdad. Dice en Vida 13,16:
“Espíritu que no vaya fundado en verdad,
más lo quería yo sin oración”. Para esto, importante alimentarse de la
Sagrada Escritura.
6. No
refugiarse en devociones sin fundamento: “De
devociones a bobas nos libre Dios” (13,16).
Toda
esta ascesis positiva la condensa luego en CAMINO en unas pocas ideas
fundamentales: practicar el amor unos con otros, desasimiento y libertad de
espíritu, humildad y disponibilidad a los proyectos de Dios, anhelo de recibir
el agua viva, y una determinada determinación….
Así
puede resumirse la ascesis teresiana: vivir y luchar. Aquí en Segundas Moradas
ella hace hincapié en la lucha, porque quiere curar en salud al principiante,
para que no se haga la ilusión de que el camino que emprende y la vida en el
castillo son cosa fácil. No es fácil vivir en cristiano, y así podría resumirse
esta Morada: en el castillo se lucha… una lección muy válida para el hombre
actual, tentado de comodidades, soluciones fáciles y rápidas, reductoras de la
exigencia evangélica.
“Hermanas, abrazaos con la cruz que Cristo
vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que esta ha de ser vuestra empresa”
(#7).
(Resumen preparado a partir de los comentarios al libro de Moradas del P. Tomás Álvarez).