En el SEGUNDO capítulo de las Cuartas Moradas, Teresa, sin abandonar el símbolo del Castillo, ahora introduce otro: el agua, las dos fuentes. Aquí hacemos tres preguntas a Teresa:
1. Qué tipo de oración es el que caracteriza al habitante de las cuartas moradas?
2. Cómo influye (o cómo se desborda) esa oración sobre la vida del orante?
3. Cuál es la iniciativa de Dios, y de su gracia, en la oración y en la vida del orante?
ACTUALIZAMOS: Para Teresa, oración no es práctica, sino vida; oración refiere a nuestra relación con Dios. La vida es todo el arco de relaciones del hombre con Dios, con los otros, consigo mismo, con la creación, con el camino. Gracia es la iniciativa y los dones de Dios en la vida y la oración del hombre.
Lo que Teresa llamaba en VIDA, oración de quietud, lo llama aquí “gustos de Dios” (Gozo de Dios). Ha pasado tiempo desde entonces, Teresa ha madurado, y ahora entiende mejor la experiencia vivida, y por eso cambia su modo de presentarla, se aclara y nos aclara mejor. La “oración de quietud” correspondía a la Segunda agua con que se regaba el huerto del alma, pero era la primera forma de oración mística, es decir cuando Dios empieza a tomar la iniciativa. Esa primera oración mística tenía su órgano de expresión en la VOLUNTAD, que es el corazón del espíritu, corazón de toda la vida del hombre. (Como una centellica de fuego, dice Teresa, que se dispone a incendiar toda la actividad humana). Y la llamaba ella “oración de quietud” porque contrastaba con el bullicio y la complejidad psicológica de la oración discursiva de la primera agua.
Ahora, en Cuartas Moradas, el paisaje es el mismo, y el ingreso en la vida mística se hace igualmente convocando a la voluntad humana al misterio del amor de Dios. Pero introduciendo Teresa aquí un matiz nuevo, que se refleja en la distinción: “gustos/gozos”, en la que es toda la persona la que queda sensibilizada gozosamente a la presencia de Dios, bajo la acción de su gracia, y así ella refiere menos a la “voluntad”, y habla más de el hondón de la persona, el centro del alma, donde habita Dios. Y de ese hondón misterioso brotará la fuente que inunde la voluntad y alcance todas las capas y pliegues del ser humano, hasta llegar al mismo cuerpo con sus sentidos y actividades.
Y es aquí entonces donde aparece el símbolo de las dos fuentes, del agua, que tanto gusta a Teresa cuando escribe. Aquí ella desdobla la imagen en DOS FUENTES: una simboliza la vida del alma en cuanto vinculada al esfuerzo humano, y la otra esa misma vida en su origen divino. La primera corresponde a la vida ascética y a la oración meditativa de las tres primeras moradas, y la otra a la vida mística y a la oración infusa de las moradas cuarta, y siguientes.
“La fuente primera, la que simboliza el esfuerzo del hombre por alimentar la vida del castillo, está situada fuera, extrae el agua de manantiales precarios y lejanos, y la conduce por caminos en las que no se libra de derrames, de polvo y de fango (arcaduces). La otra fuente, la que tiene su origen en el Señor del castillo, está situada dentro, en lo más hondo del castillo mismo. La acción de Dios para dar vida al hombre no es algo externo o extraño al hombre, sino que tiene la fuente manantial en la misma entraña del espíritu humano. Precisamente porque lo más hondo del hombre (la última morada del castillo) es una especie de APERTURA RADICAL A DIOS Y A LO DIVINO" (2, 2/4).
Teresa dice que la acción de Dios es creadora, rehace al ser humano: no lo oprime ni lo angosta, sino que lo dilata y ensancha, y esa agua que brota del interior es agua y fuego a la vez, que no solamente empapa, sino que quema como un brasero, y perfuma. Agua y fuego simbolizan también la nueva forma de oración (ternura y ardor de la voluntad.) Es la voluntad la que por momentos se une a Dios, pero la santa PREVIENE acerca de la posibilidad del orante de conseguir esta experiencia por sí mismo, ya sea a base de esfuerzos, virtudes o técnicas. Creer que puede por sí mismo hacer brotar el agua de la fuente interior. Pero aquí no hay técnicas que valgan, no hay correlatividad entre la iniciativa humana y la absoluta gratuidad del don amoroso de Dios (2,9). El orante puede disponer su espíritu para recibir el don, que en Teresa implica mucha humildad (conocimiento propio, andar en verdad).
EN RESUMEN, y como síntesis de todo lo anterior:
1. El ingreso en las Cuartas Moradas, y consiguientemente en la experiencia mística, no está marcado por un cambio de conducta ética por parte del hombre. Es obra del obrar enteramente gratuito de Dios.
2. Pero, en la estructura misma del hombre, hay unas capas profundas que ahora despiertan misteriosamente bajo la iniciativa de Dios, y así el amor y la voluntad juegan un papel decisivo en la progresiva relación Dios/hombre.
3. Así, el hombre empieza a amar de forma absolutamente nueva, precisamente experimentando el amor que Dios derrama en él.
TERCER CAPÍTULO: En este tercer capítulo podemos perdernos un poco si no estamos advertidos; porque Teresa empieza a explicar la llamada ORACIÓN DE RECOGIMIENTO, que es previa a la ORACIÓN DE QUIETUD, pero que en medio de los trajines y preocupaciones en que escribe el libro se le ha pasado. La oración de recogimiento es la primera oración sobrenatural o mística, y de ella viene luego una quietud interior muy regalada (lo explica así en Relación 5, 3/5).
A estas Cuartas Moradas se entra con el RECOGIMIENTO que unifica, ordena y pacifica las potencias en su centro y soporte, que es lo interior del alma, pero luego, al término de esta primera jornada mística los efectos son tales que al orante le ha ido cambiando la vida, y viene la ORACIÓN DE QUIETUD. No voy a detenerme mucho en la explicación detallada de ambos estados de oración, porque ya están resumidos en otra parte, y porque me gustaría tratarlos aparte en otro momento, por lo que paso a explicar lo que la santa presenta como el resultado vital de esta oración mística con la que se vive en estas moradas.
Es convicción de Teresa que la oración plasma la vida, y el paso por estas Cuartas Moradas cambia la fisonomía del orante. La amistad tiende a igualar, y el orante se va configurando con Cristo en la misma medida en que asciende en el camino místico (dime con quién andas, y te diré quién eres). Los efectos de la oración, su veracidad, se conocen por los frutos en la vida del orante, y así Teresa, a partir de estas Moradas, irá confrontando siempre grado de oración con los efectos y cambios en el orante (Morada/grado de oración/efectos en la vida del orante). Hablamos de su conducta fraterna, sus coordenadas psicológicas, su dimensión teologal y cristológica, el primado de Dios en su vida y en su acción.
Siguiendo a Teresa, seamos un poco más concretos. Ella apunta dos componentes que caracterizan esta nueva forma de orar: CAMBIO EN EL MODO DE PENSAR (recogimiento de la mente) y CAMBIO EN EL MODO DE AMAR (quietud de la voluntad). En lo primero, se frena ese modo racionalista, discursivo, inquieto, de pensarlo todo y juzgar de todo, y se pasa a una manera más pausada y quieta de detenerse ante el misterio, para pensar menos y contemplar más. En lo segundo, se fija la voluntad en el acto de amar, se alimenta el amor, que pasa a ser decisivo en la psique del orante (El amor es mi peso, él me lleva a donde voy, dirá Agustín).
En el #9 de este tercer capítulo aparecen los efectos que en el alma tiene este grado de oración, de quietud o gustos de Dios, ya sean en el plano psicológico, en el plano ético, y en el plano teologal y cristológico. Cito algunos: ensanchamiento del alma, es más señora de sí misma; cosecha de virtudes: gran confianza, fe más viva, deseo de hacer más cosas por Dios, nueva escala de valores; voluntad de abrazar la cruz y de recibir la cruz y de recibir lo que Dios diere. En general: se unifica la vida progresivamente hasta que “Marta y María anden juntas”.
Entre las imágenes que Teresa utiliza adquiere aquí relevancia la del Recién Nacido, que introdujo por primera vez en Vida 15,12, y luego reaparece en Camino 31, 9/10., pasando por Conceptos del Amor de Dios (4, 4/5) hasta llegar a Moradas Cuartas 3,10. Para Teresa el contemplativo aquí es un renacido, que estrena vida nueva, pero la comienza como un niño pequeño, de vida frágil, que depende totalmente de su madre. Está llamado a crecer, pero con el riesgo de la atrofia y la involución (Vida 15,12). Si leemos todos estos estos pasajes antes citados descubriremos una imagen preciosa de la acción de Dios en el contemplativo que inicia el camino místico, centrados en la PURA GRATUIDAD y en el ENSANCHAMIENTO DEL ALMA. Dirá Teresa en Vida: “Aun yo, con ser la que soy, parezco otra”. Y esto vale como principio para todo cristiano:“No solo el recién nacido en Cristo por el bautismo, sino el adulto en Cristo vive recibiendo la vida por venas y conductos secretos. Acogerla y recibirla, es su mayor aportación a este proceso vital. No, no se lo dispensa de hacer, servir, trabajar y crecer, pero en cualquier etapa del proceso es y vive más por lo que recibe que por lo que hace”.