1. Este libro lo escribe Teresa en 1577, entre junio y noviembre, mitad en Toledo y mitad en Ávila, en medio de tiempos borrascosos (encarcelamiento de Juan de la Cruz, excomunión de las carmelitas que, en la Encarnación, le han votado como priora), escribiendo cartas y pendiente de sus fundaciones. Un tiempo antes, por pedido de Gracián, ha estado “quieta”, posando para Fray Juan de la Miseria, que la pinta; el mismo Gracián le manda ahora que vuelva a escribir (Leer Prólogo de Moradas, # 1,3,4).
2. Nada de lo anterior se refleja en su libro. Lo escribe en directo, sin borradores ni esquemas, del mismo modo que escribe sus cartas o conversa con sus hermanas. Se conserva el escrito original tal como salió de sus manos, sin divisiones ni títulos de capítulos. Como una larga conversación, salvo una nota explicativa puesta después, a la altura de las sextas moradas.
3. Pero claro que no es un libro improvisado de la nada: lo que en él aparece está muy pensado. Teresa quiso escribirlo por varias razones. La primera: porque sabe que su primer libro, Vida, está inconcluso, y además secuestrado por la inquisición, fuera del alcance de sus monjas. Segundo: porque ahora la madurez de Teresa es mayor, cuenta con 62 años cuando se pone a escribir, está viviendo la etapa final de su vida mística, y ha tenido cerca la ayuda espiritual de fray Juan de la Cruz, ayudándola sin dudas a clarificar aquello que ha vivido.
4. Este libro, por tanto, recoge las experiencias de su primer libro (Vida), pero ahora escritas en otra clave, menos autobiográfica, más ordenada y completa. Aquí está, indudablemente, el verdadero “retrato” de Teresa, al que dedica poco menos de seis meses y que se convierte luego en una de las obras cumbres de la literatura castellana y de la espiritualidad mundial.
5. No nos interesa entrar en los detalles del autógrafo teresiano y sus desventuras, ni detenernos en las enmiendas que el propio Gracián hace al texto; gracias a Dios, a pesar de todo, el libro llega íntegro hasta nosotros, y el manuscrito se conserva en el convento de las Madres Carmelitas de Sevilla, donde tuve la gracia de tenerlo en mis propias manos. Ahí se guarda en un precioso relicario en forma de Castillo, y en el palacio episcopal de Sevilla fue venerado por San Juan Pablo II en 1982. Varias copias también se conservan, y han llegado hasta nosotros; la primera edición de Moradas fue preparada por Fray Luis de León, 1588.
6. El libro tiene varios niveles de lectura: ahí está la historia de Teresa y su castillo interior, su alma; también ahí está toda la simbología teresiana ensamblados para revelar y velar al mismo tiempo el misterio del encuentro entre Dios y el ser humano en esta mujer; y es definitivamente una lección magistral de teología espiritual y alta vida cristiana.
7. Teresa conoce con toda seguridad el clásico esquema que explica el proceso de vida espiritual en tres vías: principiantes, aprovechados y perfectos. Pero ella no lo adopta ni utiliza cuando escribe, sino que parte del símbolo del castillo, fijando como punto de partida su explicación doctrinal de lo que es el ser humano, la persona, en su dignidad y capacidad, su condición de templo del Espíritu, su vocación radical a la unión con Dios. Esta es su base antropológica, y el nudo de su hondo humanismo cristiano. También es fundamental la centralidad de Cristo en su obra, y luego en la fase final, el sentido trinitario y eclesial.
8. Así se despliega el paisaje doctrinal de Moradas: el hombre, por Cristo, a la Trinidad, para la Iglesia.