domingo, 28 de febrero de 2021

MEDITACIONES SOBRE LOS CANTARES

Junto a los grandes textos que han dado fama universal a la literatura de santa Teresa de Jesús, sus obras completas contienen también relevantes escritos menores. Tal es el caso de las Meditaciones sobre los Cantares, un opúsculo conocido igualmente como Conceptos del amor de Dios –si bien ella no le puso ningún título– y que resulta singular dentro de la producción de la carmelita abulense. No era fácil escribir un libro así para una mujer del siglo XVI: de hecho, la futura doctora de la Iglesia tuvo que arrojarlo al fuego obedeciendo el consejo de su confesor, Diego de Yanguas.

A este dominico le pareció inadecuado que se atreviese a comentar el Cantar de los Cantares, poema atribuido a Salomón y que constituye el documento más polémico del Antiguo Testamento, por reflejarse el amor entre Dios y su pueblo en el amor humano de una pareja de enamorados. Sin embargo, el escrito teresiano fue salvado de las llamas por la existencia de copias fragmentarias elaboradas por las monjas seguidoras de la Santa, aunque, en lo recuperado, queda solo el comentario a unos cuantos versos bíblicos.

El texto teresiano no es propiamente una exégesis del poema¹, sino más bien la glosa de dichos versos a la luz de su experiencia como alma enamorada de Dios que se apropia de la intensidad amorosa contenida en el Cantar. Solo en clave esponsal y mística tiene sentido el opúsculo teresiano: como explicación lírica del amor que Cristo tenía por la religiosa de Ávila y al que ella trataba de corresponder. De ahí que la autora describa un amor de ´ausencia´, es decir, de búsqueda de un Amado que no se tiene y con el que se ansía la unión mística².

Según Secundino Castro³, de la lectura del escrito teresiano se desprende que la Santa entiende perfectamente que el Cantar habla del amor divino desde el lenguaje humano, por lo que ella partirá de la materialidad de lo humano para alcanzar lo divino. Sin duda alguna, tuvo una experiencia singular del Cantar, hasta el punto de que los amores allí contenidos le producen resonancias místicas: le hacen vibrar y sentirse con la necesidad de trasladar hacia fuera esos movimientos interiores (“de unos años acá tengo un regalo grande cada vez que oigo o leo algunas palabras de los Cantares de Salomón, en tanto extremo que, sin entender la claridad del latín en romance, me recogía más y movía mi alma que los libros muy devotos que entiendo”).

En este escrito Teresa de Ahumada halló consolación, recogimiento para la oración y discernimiento para su mística, por lo que en alguna ocasión mostró interés en componerlo como memorial que, al fijar por escrito las numerosas gracias que recibía, impidiera su olvido. A su vez, como instrumento contemplativo, el libro va orientado inicialmente a sus religiosas para el esclarecimiento de su experiencia espiritual, sobre todo a aquellas que han sido agraciadas con muchas mercedes del Señor. Tiene también la pretensión de animarlas a que se esfuercen para que Dios las regale con sus deleites. Pero, por hablar de una unión mística netamente cristiana, cristológica y sin fenómenos místicos extraordinarios –hecho éste que hace del opúsculo un texto único en el conjunto de la literatura teresiana–, estas Meditaciones de la descalza universal concentran lo esencial de su mística y la abren a la totalidad de los creyentes.

Buena prueba de todo ello es su concepción del ´beso´ –al que se hace referencia en los versos del Cantar– como forma de identificación con Cristo, de modo que, por parte de Dios, su beso es la inmersión total de su vida en nosotros, con la que nos inunda y enardece, mientras que, por nuestra parte, ansiar su beso es querer introducir a Dios en su totalidad dentro de nosotros. Más aún, la mística castellana se atrevió a pensar que el beso de Dios se realiza en máxima plenitud en la Encarnación del Verbo y también cada vez que viene a nosotros en la Eucaristía. De la misma manera que, al asumir nuestra naturaleza, Dios se adelantó a besarnos en la Encarnación dándonos a Cristo para siempre, en la Eucaristía quiere que nosotros le besemos a Él asumiéndole. Pero ese beso a Dios resulta verdadero solo cuando la persona acepta a Jesús, le acoge como único amor y se entrega a su servicio y al del prójimo.

¹Cf. ÁLVAREZ, Tomás: “Conceptos del amor de Dios”, en Santa Teresa en 100 fichas, disponible en < https://www.teresavila.com/santa-teresa-en-100-fichas&gt; [Consulta: 15 de diciembre de 2020].

²Cf. DE MACEDO RAYMUNDO, Larissa: Introducción a “O conceito do amor de Deus em Meditaciones sobre los Cantares, de santa Teresa de Jesús”, tesis de máster en Ciencias Religiosas, presentada en 2015 en la Universidad Presbiteriana Mackenzie de São Paulo (Brasil). Disponible en <https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2016/05/03/el-concepto-de-amor-de-dios-en-las-meditaciones-sobre-los-cantares/> [Consulta: 17 de diciembre de 2020].

³Cf. CASTRO SÁNCHEZ, Secundino: “Las Meditaciones sobre los Cantares, un camino evangélico. Hacia las cumbres del amor por el ´Cantar de los Cantares´”, en Revista de Espiritualidad, Madrid, Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica ´Santa Teresa de Jesús´ (España), 2015, vol. 74, núm. 295, pp. 587-598.

Autor: Pedro Aparicio Aucejo.
Teresa, de la rueca a la pluma.

jueves, 4 de febrero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (4): LAS RAPOSAS Y LOS VIENTOS

 

Con esta canción, la #16, entramos en un ámbito distinto: los amantes no parecen aun maduros para culminar la cena en gesto de pleno matrimonio; contra el deleite y transparencia de la unión van emergiendo ahora problemas, enemigos ocultos que amenazan, sombras que quieren empeñarlo o destruirlo todo. Pasamos pues, de la noche apresurada, al día que levanta sus luces, descubriendo en el jardín del mutuo amor raposas que parecen impedirlo. No son animales grandes, pero perturban el idilio de los enamorados. Pasamos del macrocosmos (montes, valles, islas, ríos...) al microcosmos de una vida limitada pero amenazante. Es en lo pequeño donde anida el peligro, donde puede deshacerse el entusiasmo de las grandes emociones. Los amantes no atienden el peligro de las raposas en el jardín del amor.

"Cazadnos las raposas/que ya está florecida nuestra viña/en tanto que de rosas/hacemos una piña/y no parezca nadie en la montiña".

 En este contexto encontramos ahora una viña, un huerto, un muro, que nos hablan y remiten al cuidado del amor, que es planta frágil. Aquí ahora son los dos amantes, no uno solo, los que piden ayuda a terceros: "Cazadnos las raposas". Los amantes están juntos y cultivan la viña del amor; frente a ellos se alzan las raposas, que antes parecían no existir; entonces están los amigos de los novios, que son los guardianes del amor.  La viña está florecida, cargada de promesas, anuncio del vino que vendrá; pero también la viña está amenazada, porque el mismo amor compartido es campo de prueba y tentaciones que vienen de dentro (debilidad de los propios amantes) y de fuera (las raposas). El amor necesita un contexto exterior favorable y una profunda vivencia interior que debe cultivarse en gratuidad. Los amigos cazan en gesto de vigilancia activa, cuidando y protegiendo el amor de sus enemigos; los novios tejen y juntan flores, hacen el trabajo fino del amor, aparentemente inútil. 

Comienza así una nueva geografía de amor que se desvela como viña y pronto adquirirá rasgos de huerto (CB17) o casa protegida (CB18), para convertirse luego en honda bodega de los vinos del encuentro (CB22 o 26). La montiña es el lugar de los enamorados, lejos de todos, donde se comunican en honda intimidad. Las raposas quedan fuera, los amigos cuidan y vigilan, creando el espacio solitario del amor, para que los amantes, tejedores, trencen las flores.

Pero las amenazas no terminan, porque el amor de primavera puede estar en peligro, si vientos inoportunos lo marchitan antes de que exprese toda su belleza. 

"Detente, cierzo muerto/ven, austro, que recuerdas los amores/aspira por mi huerto/y corran sus olores/y pacerá mi amado entre las flores".


En el comentario, el santo habla de la sequedad de espíritu, que impide al alma disfrutar de la suavidad interior, y así habla del cierzo, que es un viento frío que seca y marchita las flores y plantas, y ese mismo efecto causa la sequedad espiritual en el alma. Pero habla también del austro, que es otro viento, pero apacible, que trae la luvia y hace germinar las yerbas y plantas y abrir las flores y derramar su olor. Es decir, que el austro es y hace el efecto contrario del cierzo, y es imagen del Espíritu Santo, que inflama el alma y aviva el amor. 

El huerto es la misma alma, donde están plantadas y nacen y crecen las flores de virtudes y perfecciones, y el Espíritu es el aposentador del alma, porque prepara el huerto para el amado.

En el texto que seguimos para enriquecer nuestra comprensión del comentario del santo, se nos recuerda que estamos en manos de vientos encontrados e imprevistos. La pascua del primer encuentro puede convertirse en muerte o marchitarse si no sigue el tiempo bueno, si no llegan los calores y las lluvias. Así, la plegaria del amante es suplica natural, liturgia de pentecostés y anhelo de conversión o transformación personal. A menudo esos vientos gélidos forman parte de mi propia vida, son mis fuerzas interiores, que me acercan o alejan del amor. Por eso en la súplica, el amante pide que se aleje el cierzo de muerte y venga el austro de vida que le haga germinar (también está en nosotros el austro benéfico). 

Todas estas imágenes son polivalentes, y podemos interpretarlas desde nuestra propia experiencia personal, o comunitaria. El huerto de Cristo es el alma preparada por el soplo del Espíritu Santo; huerto del amado es el alma enamorada, y ella quiere y pide al viento bueno que la adorne de flores y colores para darlos a su amado. Se convierte así en hortelana de sí misma, transformación impresionante externa e interna, cultivando la belleza. El amado la quiere a ella, no a sus cosas, por eso se embellece cuanto puede.

En fin, que ya Cristo se goza, come y canta, en el huerto de su amada; ambos se gustan, se admiran y se atraen, anticipando así el don del cielo, que se presenta como olor (de santidad), color (visión beatífica) y comida (banquete del reino). Pero no olvidemos que la amada aun está en camino, y necesita auxilios, porque teme los cierzos, y necesita el viento bueno...

(Resumen del comentario de San Juan de la Cruz y de Xabier Pikaza)

martes, 2 de febrero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (3): EL AMADO, EL COSMOS, LA NOCHE, LA CENA

 

Las estrofas 14 y 15 del poema Cántico, las comenta juntas San Juan de la Cruz; no encontraremos en la literatura castellana unos versos más comentados o citados que estos, hermosos y trascendentes, cargados de misterio. La paloma, que ha roto el viejo vuelo, ya no mira a las aguas engañosas, sino al ciervo, y en su herida de amor busca y encuentra, deslumbrada, todo el cosmos. Es un motivo universal de la cultura religiosa humana: unir amor y cosmos, recreación y redescubrimiento de la Realidad, desde la mirada enamorada que descubre la presencia plena del amado en todas las cosas. 

"Mi amado, las montañas/los valles solitarios nemorosos/las ínsulas extrañas/los ríos sonorosos/el silbo de los aires amorosos".

 La mujer enamorada, en vuelo de amor, mira y sabe decir lo que ha mirado, redescubriendo el lenguaje: dice y crea, recrea a Dios en todas las cosas; ella ve el amor y canta, ya sin verbos de pregunta o duda, sin conjunciones, adverbios o preposiciones. Sólo hay sustantivos y adjetivos: la realidad hermosa del mundo que aparece desde arriba, llena de luz a los ojos del alma enamorada. Después que lo deja todo, vuelvo a encontrarlo enriquecido por los ojos y presencia del amado, que ya es suyo

"Y en este dichoso día, no solamente se le acaban al alma sus ansias vehementes y querellas de amor que antes tenía, mas, quedando adornada de los bienes que digo, comiénzale un estado de paz y deleite y de suavidad de amor, según se da a entender en las presentes canciones, en las cuales no hace otra cosa sino contar y cantar las grandezas de su Amado, las cuales conoce y goza en él por la dicha unión del desposorio. Y así, en las demás canciones siguientes ya no dice cosas de penas y ansias, como antes hacía, sino comunicación y ejercicio de dulce y pacífico amor con su Amado, porque ya en este estado todo aquello fenece" (CB 14-15,2).

Al llamarle amado, y no darle un nombre particular, el alma está ligando su persona al que ha encontrado; es vida fundante de su vida, meta de sus afanes y ansias, entregándole lo que tiene y lo que es. Le llama mío, porque le pertenece, y le hace suyo, dándole su vida, descubriendo y recibiendo de él todas las cosas. El amado (Dios) transforma de tal modo los ojos y experiencia del amante que éste encuentra y redescubre así el conjunto de las cosas.  Todo se hace Dios en ese plano, todo se hace amado; y no porque el amado se rebaje, sino al contrario, la experiencia de amor ensancha el corazón, dilata la mirada, y permite descubrir lo divino en cada criatura. 

Si en el libro bíblico, la amada describe al amado de cuerpo entero (Cantares 5, 5-16), aquí San Juan de la Cruz introduce el cosmos como cuerpo del amado, el cuerpo cósmico. No desprecia o sustituye lo corporal físico humano, sino que lo amplía y eleva. El amado está ahí, como presencia insustituible, llenando nuestros ojos, enriqueciéndonos.

En los números 6, 7, 8.... el comentario va describiendo las montañas, los valles, las ínsulas y los ríos, y repitiendo un estribillo: Eso es mi amado para mí. No ahonda mucho, ni trata de explicar el símbolo, que se despliega y revela él mismo; la naturaleza misma se presenta como lugar y espacio, expresión y hondura de la experiencia de amor compartida. Es el amado quien señala y dirige al amante, con su amor, al mundo, haciéndole  descubrir todas las cosas; todo lo que aquí se dice ya no pertenece sólo al amado: montañas, valles, ínsulas, aires, somos él y yo, tú, nosotros, vinculados en encuentro de amor.

San Juan de la Cruz no respeta acá la famosa división de los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire), sino que habla de montañas y valles, de ínsulas y ríos: el mundo en su altura y en su hondura, la soledad y el fluir. Así llegamos al último verso de la primera estrofa: el silbo de los aires amorosos: "entonces se dice venir el aire amoroso: cuando sabrosamente hiere, satisfaciendo al apetito del que deseaba el tal refrigerio; porque entonces se regala y recrea el sentido del tacto, y con este regalo del tacto siente el oído gran regalo y deleite en el sonido y silbo del aire". 

El amor es un susurro, una palabra que llega sobre el viento; por eso he de estar preparado, como Elías: no son el terremoto, el incendio, o el huracán los que expresan el valor de mi existencia. Soy hombre verdadero si escucho, con reverencia y decisión enamorada, el silbo suave de los aires amorosos.


Veamos entonces la siguiente canción: " La noche sosegada/en par de los levantes de la aurora/la música callada/la soledad sonora/la cena que recrea y enamora". 

Esta estrofa forma unidad con la anterior, y sigue describiendo la presencia del amado en términos de cosmos. Continúa en la línea del último verso de la canción anterior: "el silbo de los aires amorosos"; desaparecen ya las señales exteriores y en la noche se hace visible aquello que pudiéramos llamar el espacio y tiempo del amado. Dos temas dominan: la noche y la cena; la noche, porque se apaga el mundo externo y amanecen nuevos signos de encuentro; la cena, como la vida nueva, compartida, en el descanso y esperanza de lo que ahora empieza.  Y entre esos dos motivos, la música celeste y la soledad compartida

 Estas imágenes evocan totalidad, noche-cena que no acaba, eternidad cumplida, ya que todo encuentro de amor tiene un aspecto de escatología realizada: desaparece el orden viejo, se paran los relojes, cesa el pensamiento. Sólo queda la música perfecta de una soledad acompañada. 

El primer verso habla de la noche sosegada, la del encuentro de los amantes; en ella alcanzan paz y calma , después de los trabajos y fatigas del día. Así podemos decir que cada uno es noche para el otro. San Juan de la Cruz conoce bien el signo de la noche, que es desnudez, nada, muerte en vida; pero aquí esa noche se ilumina, es una noche que pertenece a los amantes. Noche es el amado para mí, podría decir, porque destruye mi egoísmo, me desviste para revestirme de nuevo. Y sólo en medio de esa noche se percibe la música callada; la música que escuchan los amantes cuando penetran en la noche del amor.  El amor se convierte en conocimiento a un nivel distinto, se convierte en soledad sonora. "Sólo quien ama, sabe: quien no, no sabe nada". 

Es en esta paradoja, de un silencio que habla y de una soledad que acompaña, donde se entiende la última línea del poema: la cena que recrea y enamora. La misma noche se hace cena, en pura intimidad; en el silencio de la noche los dos amantes se acompañan. La cena es símbolo del amor cumplido: amar implica comer juntos, alimentarse uno del otro en un diálogo infinito; el mismo amor se hace comida, y esta cena RECREA y ENAMORA. 


(Resumen de un texto de XABIER PIKAZA)

viernes, 22 de enero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO (2)

SEGUNDO BLOQUE
(Canciones 13-21)

Una vez que termina lo que llamamos purgatorio del amor (las primeras 12 canciones), entramos en el segundo bloque: el amante se ha purificado en su camino de salida, de búsqueda afanosa y voluntad de entrega. A partir de aquí comienza la vía iluminativa, el camino de aquellos que van aprovechando en amor y alcanzan un nivel de encuentro casi pleno o “desposorio”. Amante y amado estarán por fin uno frente al otro, pero esto no significa que estén superados todos los obstáculos, pues el mismo encuentro suscita otros problemas, abriendo un tiempo de ajuste en el que los enamorados deben conocerse. 

Veamos un esquema general de estas canciones: 

1. Vuelo enamorado (CB 13): Decidida a dar el salto, el alma enamorada “vuela” hacia el amado, para encontrarle, de manera sorprendente, donde no había buscado (en el otero). 

2. Deslumbramiento y relumbramiento cósmico (CB 14-15): Transfiguración de todos los elementos anteriores del camino; recreación de la naturaleza, interpretada como espacio para el encuentro amoroso. 

3. Dificultades (CB 16-18): Sólo en el amor podemos combatir contra los riesgos de una vida que parece amenazarnos. El alma enamorada, al comenzar su nueva andadura, ha de luchar contra raposas, cierzos y ninfas, en gesto que resulta diferente en cada caso. 

4. Petición de ayuda (CB 19): Alguien, de manera o del amante, sorprendente, pide al amado (carillo) que se esconda y mire “a las compañas de la que va por ínsulas extrañas”. Puede ser el grito de la misma mujer enamorada, o del amante, pero ciertamente el amor se encuentra amenazado. 

5. Conjuro (CB 20-21): Sobre la amenaza anterior se eleva el “conjuro”, una palabra que ofrece de nuevo la paz a los enamorados. Puede ser la voz del mismo amado, aunque el texto no lo dice. 


El encuentro de amor se presenta, pues, en sus primeras estaciones de desarrollo como tiempo de pruebas y temores, reproduciendo la aventura difícil del amor humano, en gesto de búsqueda y temores, entrega apasionada y dolorosos presagios. 

En la canción 12, la enamorada piensa ver los ojos del amado en el espejo de las aguas, y decide, o se siente, volar hacia su encuentro, pero alguien le dice que “se vuelva”, porque el ciervo vulnerado (signo de su amor) no está en la fuente, sino que asoma en la altura del otero. La amante vuela de amor hacia el amado en rapto de gozo sobrehumano; es el lugar de la ruptura, donde la vida se quiebra, y el amor da el salto de gracia. Al decir al amado que se aparte, parece estar en trance, es locura de amor, que carece de sentido. 

Para SJC, es Dios quien manda los rayos de su gracia y, de tal modo trastorna la mente de la amada, que ella misma le pide que se aparte, que no la siga mirando de ese modo, mientras vive en esta vida (en su flaco cuerpo). (CB 13, 3-4). Pero en realidad, en ese pedir que se aparte, está pidiendo la amada un abrazo más fuerte, un “sígueme mirando”, aunque le duela. (CB 13,5). 

Las imágenes del poema conforman una paradoja: ella busca al amado en el espejo o transparencia de las aguas; quiere sumergirse o anegarse en el seno del agua del amado, y perderse (una imagen muy querida por los místicos). Pero la voz, del amigo o del amado, le dirige en otra dirección: “Vuélvete”, y la dirige al otero, a la altura. Parece que todo ha sido alucinación de la locura del amor, porque el amado viene de otra parte. 

Esta alucinación es necesaria, por dos razones: no sabe amar de verdad quien no logra que los ojos del amado se reflejen y aparezcan sobre el bello espejo de la fuente originaria de la vida. Allí donde la vida se hace espejo, emergen siempre los ojos del amado. Y luego, sólo al salir de sí, en trance de amor, escucha la voz que anuncia la llegada del amado. ES DECIR: no encuentro al amado en mi vuelo, pero solo cuando salgo y vuelo, él viene a mi encuentro; no estaba donde yo le busco, pero viene porque le busco, y goza en el modo y hermosura de mi propio esfuerzo. Al amado le gusta mi vuelo, y por eso asoma ya por el otero; le atrae el aire de mi vuelo, interpretado quizá en forma de hermosura, ligereza y armonía de mis alas. 

El amor es milagro, responde a la entrega con gratuidad; ahí se rompen las visiones y leyes anteriores de la vida. La amante se equivoca, pero su equivocación resulta necesaria: es vuelo y entrega de amor que le abre a lo que no hubiera alcanzado nunca de otra forma. El amado no está donde le buscamos, pero viene cuando le buscamos: sabe entender nuestro fracaso, pues desea nuestro amor, y sólo allí donde le amamos puede revelarse en cuanto tal, como don gratuito. No nos ama ya por lo que hacemos (no le han conquistado nuestras voces o nuestros gestos), sino lo que somos. 

Se entrecruzan así las imágenes de la paloma y del ciervo, signos de amor definitivo; dos imágenes bíblicas, claramente identificables. Del otero de Dios o de la altura de su propia plenitud baja el amado para hallar en la fuente a la paloma. Ahora se invierte el sentido del principio del poema: primero era el ciervo que huyó, quien hería a la pastora; ahora es la pastora, convertida ya en paloma por su vuelo, quien hiere al ciervo con amor enamorado. Ambos se llagan mutuamente, comenzando un camino de amor que conduce a una salud más alta. 
(CB 13,9) 

Allí donde el amor parece haberse vuelto herida sin remedio, empieza a revelarse abiertamente el remedio del amor. Lo que no consiguieron los ruegos y llamadas de la amante lo hace ahora el gesto de su entrega, su vuelo de paloma enamorada sobre el agua de la fuente. Su amor ha herido al ciervo, y así se juntan la fuerte y el otero, el agua y la montaña, la paloma y el ciervo.

(Resumen de un texto de Xabier Pikaza)

martes, 19 de enero de 2021

NUEVAS MIRADAS AL CÁNTICO...


Para retomar la lectura compartida de Cántico, tenemos que hacer un repaso de lo leído y comentado anteriormente, y mirar a vista de pájaro, el poema. Recordamos que hay dos versiones del mismo, y que nosotros seguimos el poema y comentario segundo o B. También recordamos que el poema es superior al comentario, y que el mismo Juan de la Cruz nos invita a no atarnos a este último de tal manera que nos impida el vuelo del poema.

Luego, también es importante tener presente que estamos en presencia de un poema de amor: ese es el tema que lo inspira, combinando (como el libro bíblico) el amor humano y el amor divino, tanto en sentido ascendente como descendente. Son dos líneas de lectura paralelas, pero inseparables para su plena comprensión. San Juan de la Cruz es un  teólogo cristiano que ha sabido expresar, ante la Iglesia y ante todos, su propia visión del Evangelio en clave de amor; así lo ha reconocido la comunidad cristiana al nombrarle doctor de la Iglesia.


Esta vez he querido seguir las ideas que sobre el texto desarrolla el teólogo Xabier Pikaza, más cercanas al lenguaje cotidiano, y espero nos ayuden a entender mejor y aprovechar la lectura que vamos haciendo.  El poema está dividido en cuatro bloques:

1. El primero (CB 1-12) nos sitúa en un plano de búsqueda que luego el mismo autor explica diciendo que se trata de la vía purgativa. El amor se entiende aquí como pregunta decidida y dolorosa: quien pretenda amar de verdad ha de hallarse dispuesto a dejarlo todo para seguir la voz del que le ha llamado y a buscar los ojos del que le ha mirado. 

2. El segundo bloque (CB 13-21) describe el primer encuentro de los dos enamorados. A diferencia de la primera redacción del poema (CA), aquí aparecen unos signos y momentos que retardan el encuentro; se han visto los amantes y parece que todo está resuelto sobre un mundo ya transfigurado (13-15), pero es entonces cuando surgen las dificultades: las raposas y los cierzos, las ninfas y los miedos (16-21). El primer encuentro está lleno de sobresaltos; San Juan de la Cruz le llamará después vía iluminativa: sólo superando las dificultades de la unión se alumbra el amor y puede volverse transparente. 

3. El tercer bloque (CB 22-33) nos habla ya del pleno encuentro; superadas las estrofas del miedo (los temores, desajustes y rupturas del diálogo primero de los enamorados), los amantes pueden encontrarse en paz perfecta sobre el huerto y lecho de la vida (22-24). El amor se vuelve así bodega de vino que transforma la existencia; es ejercicio de gozo permanente, en gratitud ilusionada. Esto es lo que San Juan de la Cruz ha presentado, usando la terminología de su tiempo, como vía unitiva

4. El cuarto bloque (CB 34-40) despliega ante los ojos de los dos amantes un camino de culminación escatológica. Se cierra y abre así la historia humana, que el poeta simboliza con motivos de superación del gran diluvio (34). Los amantes han salido de la muerte y pueden recrear ahora su universo en clave de camino emocionado y siempre abierto, que les lleva a un futuro sin fin, hacia un fin sin frontera, en el amor de lo divino. 


Hablemos un poco más del primer bloque
, que ya leímos, en la mirada del autor que seguimos ahora:

La primera parte del Cántico, o primer bloque, trata de la búsqueda a nivel de iniciación. El amor comienza como una especie de "herida" que me duele, me sacude, me despierta. Antes no sabía, vivía como dormido, en las cosas cotidianas, en la inconsciencia, ocupando un lugar en el conjunto de la gran naturaleza. Mas que vivir, me vivían: familia, sociedad, trabajo y mundo me llenaban con sus gozos y dolores inmediatos. Y de pronto, alguien me ha herido, y en esa misma herida me descubro, me despierto, me hago consciente. Me descubro independiente (yo mismo, en la más honda y radical soledad) al mismo tiempo que dependiente, de aquel o aquella que ha encendido con su amor o con sus ojos una luz nueva para mi existencia. 

 Este es el momento del principiante: son aquellos que se deben purificar en el amor, que SJC ha llamado, ya dijimos antes, y siguiendo una tradición antigua, vía purgativa. Este es precisamente el purgatorio en el sentido radical de la palabra: una vez que nos adentramos en el camino del amor, este nos descoloca, rompe nuestras seguridades anteriores, nos desnuda, nos vacía, nos retuerce y enloquece. Todo lo que fue seguro se hace inseguro. Lo que era hogar se vuelve exilio; la riqueza es podredumbre.  El que inicia el camino del amor se vuelve enfermo, con una enfermedad que no conoce más descanso y curación que el mismo encuentro de amor con el amado o amada

Así pues, podemos decir que el principio del amor es enfermedad purificadora, una especie de crisis que nos recrea (nos vuelve a crear); solo a través de  esta enfermedad, de este pasar por un fuego purificador, el ser humano puede encontrarse a sí mismo de forma renovada. Nace (renace) verdaderamente a la existencia. Sólo quien asume el dolor de este purgatorio y se mantiene fiel a su camino llega al cielo del amor completo.

En esta situación de búsqueda, principio o purgatorio nos sitúan las primeras doce estrofas del Cántico...

CB 1-3: Encuadre y situación. La enamorada llama a su amado (1), pide ayuda a los pastores (2), sale a buscarle por los campos (3).

CB 4-5: Diálogo con la naturaleza: La herida del amor permite mirar con ojos nuevos el mundo, en gesto de pregunta y de respuesta que resulta insuficiente para calmar sus ansiedades.

CB 6-9: Las quejas de amor. La herida se convierte en principio de conocimiento; la enamorada  elabora un lenguaje nuevo, y al pedirle a su amado que se entregue (6), encuentra palabras para decirse (8) y decirle (9) de sus penas (7), reconociendo las razones de su enfermedad y sobresalto.

CB 10-12: Es la llamada. El mismo amor ofrece a la enamorada una palabra de reclamo. Por eso sale y grita, pide y manda, con la autoridad que le concede su nueva situación de persona trastocada. La enfermedad que padece, sin embargo, es el principio de una salud (salvación) más alta, como indica la súplica final de su camino de búsqueda (12). 


LAS SEÑALES DEL NUEVO NACIMIENTO:

Todavía, aprovechemos algo más de la mirada del teólogo para entender el primer bloque del poema del santo: El comienzo de todo está la amada que de pronto grita preguntando por su amado. Parece evidente que algo hubo en el comienzo que despertó ese grito, pero luego, de modo incomprensible, el amado se ausenta, se marcha. Esa herida de amor despierta a la amada, la saca de su estado, la trastorna. Podemos decir que se trata de una CONVERSIÓN DE AMOR: no cambia por discursos de carácter moral o filosófico, económico o político. Todo eso queda en un segundo plano. Es el AMOR el que ha llegado, y la ha transformado, por eso ya no quiere ni puede resistir, y deja que el amor se vuelva para ella en espacio y cuna de un nuevo nacimiento. El amor es un estado naciente, es como un estallido repentino, un relámpago que, de tanta luz, ciega y desbarata. Es una especie de trauma recreador, para nacer a una vida diferente, recordando siempre que no nos convertimos a fuerza de voluntad o razones, sino que nos convierten.

Veamos las actitudes o gestos que ofrece el poema en su principio, primero en el AMADO y luego en la AMANTE:

EL AMADO: Primero, hiere en lo más hondo; el texto no dice cómo; si es con miradas, llamadas o caricias o, simplemente, con una presencia silenciosa. Segundo: El amado abandona en gesto que puede ser de olvido, desinterés o indiferencia; o porque está ocupado en otras cosas, o porque quiere encender más el amor con su ausencia. Y tercero: El amado se esconde, en actitud que parece de huida. Tampoco sabemos por qué obra así, dejando sufrir a la amada, si para no cultivar ese amor o para que ella busque mejor. No se necesita respuesta a esas interrogantes, estamos en el inicio de una aventura de amor.

LA AMADA o el amante: Primero, está la HERIDA, ese fuego de amor que me abre a nuevas exigencias y posibilidades. Segundo, está ABANDONADO, pero en gesto activo: no tengo al amado, pero gimo de ausencia y llamo con todas las fuerzas de mi vida. De ese dolor y de esa llamada renace mi existencia. Y tercero: entonces SALGO de mí mismo, con gesto decidido y creador: “salí tras ti clamando, y eras ido”. El dolor puede destruir, pero también puede ser principio de una vida más intensa. Son las tres señales del nuevo nacimiento.

(Ideas tomadas y recreadas a partir de un texto de Xabier Pikaza)

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...