Recordemos que la joven Celia Guerín había deseado ser religiosa, pero le resultó imposible; este deseo suyo reaparece constantemente a lo largo de toda su vida de esposa y de madre, por lo que se comprende que infundiera a sus hijas las mismas aspiraciones que ella había tenido. Hubo alguien que sí pudo realizar esas aspiraciones, y fue su hermana Luisa (Sor Dositea, en el claustro), que se hizo visitandina en Mans. Cuando las hijas de Celia llegan a la edad escolar, su madre no tiene más que una preocupación: confiarlas a su tía, a fin de que las eduque en el ambiente preciso de la vida religiosa y pueda encaminarlas a ser ellas mismas religiosas. Así el círculo está cerrado.
La correspondencia entre Celia y su hermana religiosa es importante para comprender la espiritualidad que ellas viven y que intentan trasmitir a sus hijas o sobrinas. Celia le pide a su hermana consejo para todo, y Luisa le escribe, diciéndole: "Forma (a tus hijas) en el espíritu de sacrificio". Encontramos en Celia una constante obsesión de santidad, entendida como perfección, y su hermana tiene por meta un moralismo igualmente estrecho. Cuando todavía la mayor de sus hijas tiene solo 4 años, le cuenta Luisa a su hermano que Celia "se atormenta ya por no ver huellas de vocación en sus hijas". Luisa reprende a su hermana por ciertos excesos: "No tienes razón para atormentarte cuando no llevas a María a Misa; no está obligada todavía a ello... no hay que exigir de una niña de 5 años que rece a Dios todo el tiempo de la misa".
La espiritualidad de Luisa (Sor Dositea) se muestra en las cartas a su hermano como hecha de repulsa al mundo como inconsistente y malo; así le dirá el 25 de mayo de 1864: "El mundo no es más que un ingrato, nos pone buena cara cuando espera algo de nosotros, y nos desprecia y abandona cuando nos ve en la desgracia. ¡Qué locura apegarse a él y amarlo!". Para Sor Dositea, Dios es el que se ingenia en no dejar ser felices a los hombres, a fin de que ellos deseen dejar este mundo e ir al cielo (2 septiembre de 1866). Es un Dios que tiene sed de sufrimiento y de sangre; le interesa incluso el sufrimiento de los niños como fuente de méritos y de gloria.
En agosto de 1868, Celia decide enviar a María y a Paulina al pensionado de las Visitandinas de Mans; tenemos así a las dos niñas bajo la custodia de su tía, en un mundo cerrado de religiosas. La espiritualidad dolorista y reparacionista de Dositea, que Celia comparte también, se trasmite a las niñas: carácter escrupuloso, con sentimientos de culpa y propósito de sufrir por los demás o en lugar de ellos.