La figura de María, "madre de Jesús" (Mc 6, 8; Mt 13, 35; Hch 1, 4), aparece en los evangelios y en el resto de los escritos neotestamentarios con sobriedad y ponderación. Quizás el dato clave, por su densidad teológica, que ofrecen los autores del Nuevo Testamento sea el nacimiento de Jesús de una mujer, María, pues con él se intenta mostrar, frente a las tendencias espiritualistas y ahistóricas del cristianismo naciente, la realidad humana e histórica de Jesús.
Pero, en el correr de los siglos, los datos bíblicos y el mensaje teológico neotestamentario sobre María se distorsionaron hasta extremos insospechados. Proliferó una abundante literatura mariana no siempre fiable y de dudosa calidad teológica e histórica.
No pocas obras sobre María, e incluso los mismos tratados sistemáticos, acusan defectos de bulto, ampliamente reconocidos hoy por los especialistas. Entre ellos podemos citar, a modo de ejemplo, los siguientes: tendencia a convertir la mariología en una disciplina autónoma desgajada del conjunto de la teología, y más en concreto, de la cristología; deformación del alcance de ciertos textos de la tradición y del magisterio ordinario, hasta el punto de hacerles decir más de lo que en realidad querían decir; selección unilateral de los textos considerados favorables a las tesis propuestas y silencio o minimización de los que eran contrarios; distorsión de nociones cristológicas como redención y mediación al aplicarlas a María sin ulteriores precisiones; fomento de la mariolatría, etc. El excesivo celo por salvaguardar la integridad y santidad de María llevó con frecuencia a convertirla en un ser cuasi-divino y a separarla de su humanidad.
En esas deformaciones teológicas se encuentra, a mi juicio, la raíz de las desviaciones que se produjeron en la piedad mariana. La desviación más llamativa consistió en la suplantación de Cristo por María, como queda patente en muchas formas de devoción a la madre de Jesús.
Fue a partir de los años cincuenta del pasado siglo, cuando un nutrido grupo de teólogos contribuyó, con el retorno a las fuentes bíblicas y patrísticas, y con una rigurosa labor hermenéutica de las afirmaciones mariológicas del magisterio, a superar las imprecisiones teológicas al uso y los excesos mariolátricos. Fueron también esos teólogos quienes hicieron posible la síntesis seria y bien fundamentada del Vaticano II sobre la figura de María.
El Concilio no se propone elaborar una mariología completa y acabada; se limita, más bien, a ofrecer unas directrices por las que debería discurrir la mariología. Renuncia a un decreto especial sobre María, frustrando así las expectativas de quienes presionaron para que se aprobara; deja abiertas las cuestiones debatidas entre las distintas escuelas o corrientes de opinión; omite el titulo de corredentora, como ya lo hiciera prácticamente Pio XII, y emplea con mesura el título de mediadora, dejando clara la única mediación de Cristo.
La originalidad del Concilio y de los teólogos posconciliares que se mueven en la óptica renovadora del Vaticano II consiste en haber integrado las principales afirmaciones sobre María en un cuádruple horizonte: el histórico-salvífico, el cristológico, el eclesiológico y el escatológico. La mariología centra hoy su atención en el papel que tiene María en la historia de la salvación: Rahner presenta a María como la primera de los redimidos. Se fija también en su relación con Cristo. Müller ve en María la suprema participación en la humanidad de Cristo; por ello posee la mayor plenitud de gracia que cabe a criatura alguna, si bien no comprable con la plenitud de gracia de Cristo. Es en este contexto donde hay que entender la santidad de María, su glorificación corporal y su incorporación a la obra redentora de Jesús.
La mariología actual se ocupa, al mismo tiempo, de precisar la relación de María con la Iglesia, sintetizándola en fórmulas como "María, prototipo e imagen de la Iglesia", o "María, realización perfecta de la Iglesia". Tales expresiones se inspiran en fuentes patrísticas.
Las diferentes teologías políticas y de la liberación han redescubierto en María un rasgo central que habían descuidado u omitido los tratados dogmáticos: su fuerza revolucionaria y liberadora, su opción radical por los pobres, su denuncia profética de los poderosos y opresores, según se deduce del Magnificat.
Los movimientos de liberación de la mujer han provocado una mutación en la imagen de la mujer, en su identidad y en su papel en la sociedad. Dicha mutación está empezando a incidir en la imagen de María, en la devoción mariana y en la misma mariología. Boff, por ejemplo, considera lo femenino como categoría antropológica fundamental y como eje organizador y articulador de la reflexión sobre María.
J.J. Tamayo (Diccionario abreviado de pastoral)
Verbo Divino, 1992