“Decía una persona que había sacado dos cosas de la merced que Dios le
hizo: la una, un temor grandísimo de ofenderle, y así siempre le andaba suplicando
no la dejase caer, viendo tan terribles daños; la segunda, un espejo para la
humildad, mirando cómo cosa buena que hagamos no viene su principio de
nosotros, sino de esta fuente adonde está plantado este árbol de nuestras
almas, y de este sol que da calor a nuestras obras. Dice que se le representó esto
tan claro, que en haciendo alguna cosa buena o viéndola hacer, acudía a su
principio y entendía cómo sin esta ayuda no podíamos nada; y de aquí le
procedía ir luego a alabar a Dios y, lo más ordinario, no acordarse de sí en cosa buena que hiciese”.
Santa Teresa de Jesús
Castillo Interior
Primera Morada