“Les quiero decir que consideréis qué será ver este castillo tan
resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está
plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cae en un pecado
mortal: no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que no
lo esté mucho más. No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol que le
daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma, es como si
allí no estuviese para participar de Él, con ser tan capaz para gozar de Su
Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol”.
“Todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son
de ningún fruto para alcanzar gloria; porque no procediendo de aquel principio,
que es Dios, de donde nuestra virtud es virtud, y apartándonos de Él, no puede
ser agradable a sus ojos; pues, en fin, el intento de quien hace un pecado
mortal no es contentar a Dios, sino hacer placer al demonio, que como es
las mismas tinieblas, así la pobre alma queda hecha una misma tiniebla”.
“Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que
hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia
nos libre de tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este
nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin. Esto es,
hijas, de lo que hemos de andar temerosas y lo que hemos de pedir a Dios en
nuestras oraciones; porque, si El no guarda la ciudad, en vano trabajaremos”,
pues somos la misma vanidad”.
Teresa de Jesús
Primeras Moradas, Capítulo 2