“El ser humano es experiencia de Dios. No sólo tiene capacidad de vivenciar, sino que, en el seno de esa misma experiencia, el ser humano es. Pero sólo existe esa experiencia de Dios cuando la persona, en toda su unidad, se hace consciente de estar fundamentada radicalmente en la realidad divina. Si Dios es experiencia de humanidad, el ser humano se va haciendo persona desde esta experiencia de lo absoluto. Se va generando, por tanto, un vínculo profundo donde los límites humanidad/divinidad se van tejiendo cada vez más imperceptibles, aunque existentes. Así es como podemos afirmar la radical dependencia de la humanidad con respecto a su origen divino. Esta esencial dependencia genera, en la misma humanidad, una necesidad del fundamento de su existencia. Teresa de Lisieux no escatima consciencia y audacia para experimentarse una manera finita de ser Dios. Toda la trayectoria interior de la existencia de Teresa refleja la acogida a esta realidad divina infinita que se hace finita en su humanidad personal. Se trata de una intuición profunda que se impone en sí misma como categórica. En la Ofrenda al Amor misericordioso de Dios expresa su radical deseo, que su ser quede impregnado de la divinidad en su versión de ternura entregada. Un deseo de que su realidad finita quede radicalmente absorbida en la realidad infinita:
“A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso y te suplica que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de tu ternura infinita que se encierran en ti, y que de esta manera llegue a ser mártir de tu amor, Dios mío”.
Rosario Ramos
Teresa de Lisieux: Hacia una interioridad creativa, liberada e integradora
Revista de Espiritualidad