Dicen que soy una vagamunda e inquieta.
Así le contaba Teresa de Jesús a un buen amigo lo que se decía de
ella. Aludía, claramente, a unas palabras de Felipe Sega, nuncio en
España de 1577 a 1581.
Felipe Sega llega a España cuando las fundaciones teresianas ya
están muy avanzadas pero, al contario que el nuncio anterior, no mira
con buenos ojos el camino emprendido por Teresa. Lo que él había dicho
de ella era lo siguiente:
Fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura, contra el orden del Concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen.
Fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de la clausura, contra el orden del Concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen.
Viniendo de un nuncio, no era ninguna tontería y Teresa se preocupó
de sacar a luz la verdad: que no era desobediente ni andaba engañando.
Más que por ella misma, por la causa, pues si andaba por los caminos
fundando, si escribía, si enseñaba, era por sentir que era de Dios y no
suya. Y por eso importaba aclarar la verdad: para que la obra de Dios no
se perdiese.
A la vista de la actividad de Teresa, no resultan tan extrañas las palabras de Felipe Sega. De modo que, si
no se saca a Teresa ni al nuncio de su contexto, ella se hace más
grande y cercana. Podremos entrever, además, que aún hoy perdura algo de
aquella visión misógina y reductora, y que la mística es más posible y
fecunda de lo que solemos pensar.
Recorrer más de seis mil kilómetros, en las condiciones de aquella época –en las condiciones actuales, los kilómetros se multiplicarían. Comprar y vender casas, llevar la reforma material de las mismas. Tratar con grandes y pequeños, hombres y mujeres, gentes de iglesia y de mundo y hacerlo con tanta llaneza y deseo de bien como perspicacia.
Buscar compañeros, candidatos masculinos para la familia que acababa de fundar. Convertirse en su fundadora y formadora. Escribir libros,
no solo para discernir su propio espíritu sino con la convicción de
tener una palabra que decir, hasta comentar la Biblia ¡tan prohibido
entonces!
Escribir, también, un sinfín de cartas: instruyendo, gobernando, acompañando, compartiendo, preocupándose… de las cuales guardamos apenas 500 y no son más que una muestra de la imponente actividad comunicativa de Teresa.
Si pensamos en una mujer del siglo XVI, monja además, hacer todo esto resulta sorprendente y hasta escandaloso
para el corsé cultural del momento. Y parece comprensible que hubiera
quienes no entendieran el camino que iniciaba Teresa y su forma de
hacerlo.
Quizás lo más importante para nosotros ante esta Teresa, es recoger lo que se desprende de su modo de vivir en el espíritu: vagamundo para el nuncio y sus continuadores, místico y profético para la iglesia que iba a recoger su experiencia —iglesia que incluirá a quienes buscan la verdad sin reconocerla en Dios.
Teresa muestra un camino posible para la experiencia mística. Uno, consciente de que hay muchos caminos en este camino del espíritu. Y propone una experiencia no a pesar de las cosas que van sucediendo, sino a través de ellas, invita a gozar del cielo en la tierra.
El encuentro íntimo, la experiencia profunda, el acceso a ese otro mundo en este mundo, pide tiempo, inexcusablemente, requiere espacio y dedicación. Porque, como decía Juan de la Cruz no entendemos sino vías de carne y tiempo. Y para nosotros no hay mística que no se apoye en nuestra propia humanidad, que es carne y tiempo, y también circunstancia.
Pero es un camino que no se hace apartándose del raíl de la
historia, ni en la sola quietud, ni en el replegarse. Se hace
enfangándose en la espesura de lo cotidiano, en su vulgaridad también.
Atendiendo a la necesidad próxima y distante, dedicando energías a resolver lo que la vida va trayendo, sean minucias o asuntos complejos. Los negocios y muchas cosas de las que hablaba Teresa, que decía: en ninguna manera dejéis de responder a su Majestad, aunque estéis ocupadas exteriormente.
A ella le llevó tiempo entender que era posible entre tanta barahúnda crecer el espíritu. Que se puede responder a su Majestad, gozar de estos toques de su amor, es decir, estar en contacto con lo más profundo y vivir la unión con Dios en todo, incluso en una actividad desbordante.
Escuchar hoy a Teresa, vagamunda y mística es entender así la experiencia mística: posible, real y comprometedora.
Regaladora de una fuerza singular: la de la libertad del amor. Es
comprender que lo más íntimo impulsa la actividad y la creatividad y
crea la unidad. Es descubrir que Dios invita a recorrer un camino de
solo amor, en el que su presencia se derrama y queda el alma con su Dios en aquel centro… atada por amor con Vos y Vos con ella.
Si ella está mucho con Él, como es razón, poco se debe de
acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle, y en
qué o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración,
hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan
siempre obras, obras.
Gema Juan