Con la atención centrada en las celebraciones de Semana Santa y Pascua dejamos a un lado la reflexión que seguíamos en torno a la conversión de Teresa, leyendo detenidamente los capítulos 7, 8 y 9 del Libro de la Vida. Ya es hora de que retomemos el hilo, y como lo dejamos hace más de un mes, volvemos a traer aquel texto, ampliándolo un poco más...
"PERDIENDO LAS MERCEDES QUE EL SEÑOR ME HIZO"
Ya comentamos en una entrada anterior acerca del capítulo 7 del LIBRO DE LA VIDA de Teresa, en el que ella hace un balance crítico de muchos años, alrededor de un decenio, entre sus 25 y sus 35 años de edad. Teresa describe su situación, mencionando tres realidades de su vida que manifiestan que su vida transcurre básicamente hacia afuera, más en lo exterior que en lo interior:
1. Andar como los muchos: es decir, vivir haciendo simplemente lo que hace la mayoría.
2. Fingiendo cristiandad: conformándose con lo aparente, con el cumplimiento de preceptos exteriores.
3. Cuidando su buen nombre: lo que llama la santa, "la negra honra", que tuvieran buena opinión de ella.
Son tres tentaciones frecuentes para quien busca recorrer la senda espiritual, pero se queda en la práctica exterior religiosa, y no utiliza esta para adentrarse en la aventura del conocimiento propio y del descubrimiento del "castillo interior", en cuya morada más íntima habita Dios.
Teresa se aleja de la oración, deja de mirar hacia adentro, y por tanto rehuye la mirada de Dios. Prefiere seguir la corriente, hacer lo que hacen los otros, en este caso su numerosa comunidad religiosa, y renuncia a tomar en sus manos la propia vida. Así es más fácil, se corren menos riesgos, se está más cómodo.
Pero Dios sigue actuando en Teresa, no se cansa de trabajar y luchar por ella. Teresa alcanza a descubrir la pedagogía de Dios en una frase: "El Señor da siempre oportunidad, si queremos". Y luego, con otra frase, muestra la enorme gratuidad del Dios de su vida: "Con grandes regalos castigabas mis delitos".
Teresa destaca también la gran importancia de las amistades espirituales. No andar solos por este camino, sino buscar a otros y juntarse con ellos, para "hacerse espaldas".
Teresa defiende la absoluta necesidad de perseverar en el camino de la oración, más allá de nuestra conducta, y en ello radica la importancia de este capítulo en la biografía teresiana; capítulo para leer y meditar una y otra vez.
¿POR QUÉ NO DEBEMOS DEJAR LA ORACIÓN?
Teresa insiste en esto, una y otra vez, y recuerda: "Con la oración un día ofendía a Dios y tornaba otros a recogerme y apartarme más de la ocasión" (V. 7, 11). Y cuando aparecen "razones" para no hacerla, enfermedades y otros problemas de la vida cotidiana, Teresa dirá con acierto:
"Y en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor; que no es por fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad y lo demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes se hallan en el tiempo que con trabajos el Señor nos quita el tiempo de la oración".
(Vida 7, 12)