martes, 20 de mayo de 2014

¿POR QUÉ NO DEBEMOS DEJAR LA ORACIÓN?

Seguimos leyendo el capítulo 7 del LIBRO DE LA VIDA de santa Teresa, interesados en comprender mejor y aprovecharnos de su proceso de "conversión", y decíamos en una entrada anterior que este es un capítulo denso y fundamental en la biografía teresiana. Teresa recuerda su alejamiento de la oración, su dejarse llevar por la exterioridad....

¿Por qué no debemos dejar la oración? Teresa insiste en esto, una y otra vez, y recuerda: " Con la oración un día ofendía a Dios y tornaba otros a recogerme y apartarme más de la ocasión" (7,11). Y cuando aparecen "razones" para no hacerla, enfermedades y otros problemas de la vida cotidiana, Teresa dirá con acierto:

"Y en la misma enfermedad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quién lo pasa y conformarse con ello y mil cosas que se ofrecen. Aquí ejercita el amor, que no es por fuerza que ha de haberla cuando hay tiempo de soledad, y lo demás no ser oración. Con un poquito de cuidado, grandes bienes se hallan en el tiempo que con trabajos el Señor nos quita el tiempo de la oración...". (7, 12).


Teresa cuenta cómo ayudaba a otros a tener oración, prestándoles libros y diciéndoles cómo tener meditación, pero ella se alejaba cada día más de la intimidad con Dios. Cuando su padre murió Teresa quedó tremendamente impactada por las palabras de este, "Mirásemos se acaba todo", que encontraron eco en su corazón, y fue a confesarse con un padre dominico "bueno y temeroso de Dios", que era confesor de su padre y le acompañó también en sus últimos momentos. Este sacerdote hizo comprender a Teresa "la perdición que traía", le invitó a comulgar con más frecuencia y cuando ella le habló de su oración, este le recomendó "que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho".


"Comencé a tornar a ella, aunque no a quitarme de las ocasiones, y nunca más la dejé. Pasaba una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas. Por una parte me llamaba Dios; por otra, yo seguía al mundo. Dábanme gran contento todas las cosas de Dios; teníanme atada las del mundo. Parece que quería concertar estos dos contrarios -tan enemigo uno de otro- como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales" (7, 17).

Son tiempos de lucha para esta mujer, tiempos recios, y sus palabras evocan aquellas de san Pablo en la Carta a los Romanos: "El querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo no. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco. Y si hago el mal que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino la fuerza del pecado que habita en mí. Así que descubro la existencia de esta ley: cuando quiero hacer el bien, se me impone el mal. En mi interior me complazco con la ley de Dios, pero experimento otra ley que lucha contra lo que dicta mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mí (Romanos 7, 18-23).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración) sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años, que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes"
 (7, 17).

Teresa reconoce una y otra vez sus pobres esfuerzos y los compara con la insistencia de Dios: "¡Oh, válgame Dios, si hubiera de decir las ocasiones que en estos años Dios me quitaba, y cómo me tornaba yo a meter en ellas, y de los peligros de perder del todo el crédito que me libró! Yo a hacer obras para descubrir la que era, y el Señor encubrir los males y descubrir alguna pequeña virtud, si tenía, y hacerla grande en los ojos de todos..." (7, 18) El modo de proceder de Dios no se parece al modo humano, siempre tan atento a lo justo; por eso "miraba su soberana larguesa, no los grandes pecados, sino los deseos que muchas veces tenía de servirle y la pena por no tener fortaleza en mí para ponerlo por obra" (7, 18). Y esto era para Teresa el mayor castigo: sentir ella cuánto ofendía a Dios, y cuanta paciencia y bondad había en su Señor.








FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...