24-25 de diciembre.
Los
cristianos celebramos el nacimiento de Jesús. Es una fecha que además está
inserta en la cultura de occidente, por lo que también es parte de la vida
cotidiana de muchas personas que no son propiamente cristianos, que comparten o
no los valores de esta fe, pero que estiman importante conservar una tradición
de siglos.
Si
en algunos lugares del mundo una tendencia laicista estima necesario reducir
los signos externos de la Navidad en el ámbito público, no lo veo como una
amenaza para mi fe. Entiendo que puede ser una reacción a otros momentos de la
historia en que la presencia de lo cristiano se impuso, llegando a ser más
costumbre y cultura, que compromiso y elección personal.
Lo
esencial es que los que somos cristianos lo seamos ahora de tal manera que la
Navidad sea perceptible en el ámbito público a través de nosotros y de nuestra
vida. Que nosotros hablemos ahora del misterio de fe que celebramos, y lo
hagamos en un lenguaje nuevo, inteligible a la gente de hoy.
Nadie
rechaza al amor por ser amor.
Lamentablemente,
para muchos, lo cristiano tiene significaciones negativas, vinculadas a la
imposición, la persecución, la violencia, la intolerancia, el fanatismo. No
podemos luchar contra los fantasmas del pasado. Están ahí, simplemente.
Pero
podemos trabajar ahora por el futuro.
Podemos
hablar de Jesús ahora, al mundo que nace, con un lenguaje nuevo, con otros
signos, con otra voz, desde otro lugar.
Creo
que la santidad de cada uno tiene que ver con eso, con transparentar a Dios de
esa manera en el tiempo y lugar que nos toca vivir.
Quiero
celebrar en esta Navidad la Novedad de Jesús que aguarda por nosotros para
refundarlo todo. Es el "recapitular todas las cosas en Cristo" de que
habla San Pablo.
Sin
miedos, con alegría, con la confianza de un niño, con la libertad de la familia
de Belén.