lunes, 23 de diciembre de 2013

LA COMUNIDAD TERESIANA...

En la vida religiosa la convivencia, la comunidad, ocupa un lugar fundamental, pues es un elemento básico en esta manera de consagrar la vida a Dios. Sin embargo es también un aspecto difícil y a menudo no suficientemente analizado a la hora de hacer el adecuado discernimiento para optar por ese estilo de vida. Suelo decir que lo que más cuesta en la vida religiosa es el vivir con otros, aceptando las diferencias y aprendiendo a mantener un equilibrio interior sano en medio de los frecuentes cambios a que somos sometidos. Un determinado grupo humano que convive acaba encontrando un cierto equilibrio, pero cuando ese grupo cambia constantemente o admite con frecuencia nuevos miembros dicho equilibrio debe reajustarse o reencontrarse una y otra vez, y para eso es necesario una determinada madurez afectiva o por lo menos una disponibilidad y capacidad de adaptación mínimas. Los grandes fundadores comenzaron casi siempre con una comunidad escogida por ellos, lo cual supone ciertas condiciones favorables para desarrollar el carisma; luego, en la medida en que la familia crece, esas condiciones se van modificando. Si revisamos la historia de la vida religiosa es evidente que no siempre se alcanzó el ideal de comunidad con que soñaron los fundadores, y a menudo lo que habría de ser un espacio de crecimiento espiritual pudo convertirse en un lugar  donde la persona era mantenida en una situación de mediocridad, infantilismo y dependencia.
 En el caso particular de la familia religiosa fundada por Santa Teresa su manera de concebir la comunidad tiene unas características peculiares que me gustaría destacar, y que van surgiendo de su propia experiencia, humana y eclesial. Teresa ingresó en el Monasterio de la Encarnación, en la ciudad de Ávila, con 20 años,  y su experiencia en aquel lugar fue definitoria  a la hora de pensar en recuperar valores perdidos. Por eso en el año 1562 Teresa se atreve a comenzar un proyecto de comunidad que intenta rescatar y renovar al mismo tiempo; en un principio la madre Teresa no pensaba más que en esa comunidad de San José de Ávila, no tenía en proyecto fundar otras casas, pero con el tiempo se va perfilando el ideal y el descubrimiento pleno de una comunidad de nuevo cuño.
 En principio la idea de fundar una nueva casa tiene como fondo el modo de vida de el Convento de la Encarnación: “Hay demasiada gente, la casa es enorme, el ambiente poco recogido y de mucho ruido, falta un clima de paz y sosiego. Hagamos por tanto un monasterio pequeño y de pocas monjas”. Contemplación y hermandad vienen a ser los dos pilares del proyecto, y en el camino se van perfilando los demás elementos que caracterizarán la comunidad teresiana. Intentemos verlos ahora con un poco de detenimiento:
  1. La comunidad de Teresa no es simplemente un proyecto humano, sino que es don y gracia; la comunidad es de Jesús, le pertenece, es su obra. Y ella se lo recuerda siempre a sus monjas: el Señor es quien nos ha reunido en esta casa; el Señor vive con nosotros en ella; el Señor cuidará de nosotros.
  2. Teresa intentará revitalizar el carisma contemplativo del Carmelo, y para ello comprende que ha de cambiar las estructuras comunitarias. Aquí se combinan la soledad y la compañía, el silencio y la palabra. Es fundamental la armonía de la comunidad, valorando la liturgia, el dialogo espiritual y la recreación por igual. Es proverbial la frase de Teresa: “Mientras más santas, más conversables con las hermanas”. Todo esto condimentado con la alegría, un elemento típico de las comunidades teresianas.
  3. La comunidad de Teresa es un grupo pequeño y selecto. El que sea pequeño ayuda a la conformidad y quietud; en lo segundo, es básico para Teresa que las candidatas sean de buen entendimiento y virtudes, además de tener el equilibrio psíquico necesario.
  4. Aunque hubiera fallos en otras cosas, para Teresa lo impensable es convivir sin amarse, y es ese el mayor fallo que puede tener una comunidad. Dirá que es como echar de casa al Señor. Es básico educar en el amor, lo cual significa educar para el perdón y la misericordia.
  5. Otro aspecto esencial de la comunidad teresiana es su eclesialidad. Su proyecto es también evangelizador en la medida en que sus comunidades han de andar y sentir con la iglesia, poniendo el hombro y la oración en las luchas y tareas de la iglesia. La comunidad no se reúne sólo para su propia santificación, sino para vivir por la Iglesia y la humanidad.
  6.  La comunidad ha de convertirse en una escuela de formación espiritual, y para ello Teresa buscó siempre líderes capaces de conducir a cada hermana y al grupo hacia el plan de Dios, con delicadeza y sabiduría. La consigna era “criar almas para que more el Señor”, e insistir más en las virtudes que en el rigor de la penitencia. Y esta combinación es otro de los rasgos del grupo teresiano: gran perfección con mucha suavidad.

 Estos son algunos de los rasgos de la comunidad teresiana, y ahora tocaría mirar nuestras comunidades particulares y preguntarnos por dónde andamos, y en qué medida realizamos este ideal que preconizó y vivió nuestra madre fundadora

FRANCISCO HABLA DE TERESA

“En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida ...