Nada peor para la vida espiritual que el instalarnos en la mediocridad, en el conformarnos con el menor esfuerzo, el adaptarnos a que las cosas son como son y no van a cambiar. La rutina cotidiana es un excelente vehículo para crecer y desarrollar actitudes espirituales, que se van arraigando en nuestro ser más íntimo. Pero rutina y mediocridad son cosas diferentes. Para poder superar esa tendencia al acomodo es importante descubrir cada día algo nuevo en lo que hacemos. La vida religiosa necesita de una mirada contemplativa que descubra alrededor la belleza de Dios; lo bello de Dios está en todas partes, en lo sencillo, en lo simple, en lo cotidiano. Qué importante es para lograr esto el tener siempre a mano la ayuda de un libro: nuestra regla, las obras de nuestros santos, la Palabra de Dios. Ellos son como interpretes de nuestro quehacer cotidiano, nos permiten ver más allá de lo inmediato y descubrir que Dios siempre trabaja en nosotros, suave e imperceptiblemente, sin cansarse nunca. También es necesario estar abiertos a otras experiencias o caminos espirituales que, bien acogidos, enriquecerán y dilatarán el nuestro; y por supuesto, abiertos a las personas de nuestro entorno, a las que estamos llamados a servir, pero también de las que siempre necesitamos aprender. Todo ello hará que entremos en una "rutina " santa, que nada tiene que ver con la mediocridad, el acomodamiento, o la falta de creatividad.
La belleza de la vida en el Carmelo tiene que ver con esto, con lo sencillo, la rutina cotidiana, la escucha atenta de Jesús en la oración personal y comunitaria; es vida que se sostiene en la convivencia con los hermanos, que no siempre son perfectos, pero siempre reflejan en sus vidas, rutinarias tal vez, la gratuidad y la bondad de Dios.