Santa
Teresa descubrió la paradoja de que la primera gracia se da ya
en la propia naturaleza. De manera que, lo que entonces se veía como
un obstáculo (la inferioridad de la mujer), ella lo vio como un don y
el mejor recurso para la renovación espiritual de la
Iglesia: cf. V 40,8; CV 1,2. Entre sus muchos textos, ¿qué nos
inspira o cómo podríamos interpretar hoy el pasaje del primer Camino
suprimido por el censor?
«Parece atrevimiento pensar yo
he de ser alguna parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en
estas siervas vuestras que aquí están, que veo y sé no
quieren otra cosa ni la pretenden sino contentaros. Por Vos han
dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para serviros con ello.
Pues no sois Vos, criador mío, desagradecido para que
piense yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más. Ni
aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las
mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y
hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues
estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por
tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas. ¿No
basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para
que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar
algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos
habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra
bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo,
que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no
hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día
ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya
tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea
pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón
desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres» (CE 4,1).